martes, 28 de julio de 2015

Mesetas, miedo y miseria



José Vidal Valicourt, Meseta; El Gaviero, Almería, 2015.

Es inevitable tender lazos entre este poemario, resultado de un viaje de Vidal Valicourt por la terrible estepa castellana, y los que hicieron en su momento los miembros del grupo del 98 (G98). Más allá de las cuestiones formales (Vidal presenta una mezcla poderosa de fragmentos o pequeños poemas en prosa con versículos), o de las elocutorias (se utiliza por el autor un sugestivo construido por oposición especular al yo, véase página 35), lo que más nos llama la atención es cómo Castilla ha perdido por completo su capacidad simbólica de reverberación de lo patrio, un tema ausente por completo de Meseta, donde están más presentes Deleuze y Guattari que los Cid o Alvargonzález del G98. La dureza del paisaje y su paisaje agostado son ahora imágenes de la naturaleza o del interior del pensamiento, pero nunca de lo colectivo, o al menos lo social aparece como un factor muy secundario. Vidal Valicourt recorre el interior de España con el mismo juego intimidad/exterioridad con que Martín Caparrós explora las provincias argentinas en El Interior (2006), y lo hace con un repertorio de formas de mirar y de contar que exploran la relación de la persona que mira con la historia contada y la del lenguaje con ambas. El resultado es un libro astillado, áspero, asoleado, asolado, desolado, castellano.




Stephanie Alcantar, Coreografía del miedo; Tierra Adentro, México D.F., 2015.

En el proyecto de “lectura del tachado” que venimos sosteniendo desde hace varios años, explicitado en un tablero de Pinterest creado en 2013 y del cual ya hemos publicado alguna entrega, tiene lugar propio el poemario Coreografía del miedo de la mexicana Stephanie Alcantar. En este libro el tachado utiliza sólo dos formas de expresión, pero por el sostenimiento a lo largo del texto cobran precisa importancia: hay un tachado lineal, que deja ver lo tachado, y otro que lo ciega por completo:



En varios poemas el tachado parcial revela parte del “subtexto” vital que parece mover la parte más afectiva y directa del poema, subtexto que la autora incluye y borra al mismo tiempo; por el contrario, ignoramos lo que cubre el tachado completo, que es inaccesible, pero que sigue presente –como espacio en negro– para recordarnos que hay algo más, algo prohibido o algo que la memoria no permite recordar, silencios como cicatrices de un dolor que no puede recuperarse. “Para decir olvido / al silencio” (p. 33), dice Alcantar en cierto punto. El resultado es que en Coreografía del miedo hay tres libros: el que resulta de la escritura no tachada, perfectamente legible per se; el que suma la escritura normal y la parcialmente tachada, que es un texto dialógico a veces y en otras dialéctico y tensionado consigo mismo; y, en tercer lugar, el texto resultante de la suma de todo lo legible y lo ilegible dentro del libro, que hábilmente manifiesta a la vez enunciados, tachados y pérdidas. 




Eduardo Rabasa, La suma de los ceros; Pepitas de Calabaza, Logroño, 2015

Eduardo Rabasa (México D.F., 1978) ha conseguido con esta notable opera prima algo nada sencillo, cual es la consecución de una potente novela política, concepto que el autor desarrolla en todas sus posibilidades: en la vertiente ideológica -con una elaborada reflexión acerca de los variados medios actuales para borrar las ideologías-, en la vertiente práctica (en cuanto describe la dinámica de hacer política instrumental, sobre la que ahora volveremos) y en vertiente politológica, puesto que el ambicioso objetivo del autor es llegar al fondo hobbesiano de los pilares de cualquier sistema político y a la almendra de sus mecanismos de entronización, asentamiento y legitimación. Para recrear el proceso y exponer su alcance práctico Rabasa levanta una novela de tintes distópicos, ubicada en una ciudad, Villa Miserias, trasunto de muchas ciudades norte o centroamericanas y objeto de análisis de Zizek en La revolución blanda, y explica los intentos de llegada al poder de cuatro personas diferentes (Orquídea, González, Perdumes y Max Michaels, el protagonista), con una parsimonia desasosegante por su exactitud y por la sensación de falta de esperanza.

Frente a las antiguas construcciones sociales utópicas, como las de Fourier, Rabasa plantea en la ficción que sucedería si se generan construcciones sociales antiutópicas o distópicas, esto es, creadas para establecer permanentemente el mal y no el bien de la sociedad. Mientras que para Zizek las Villas Miserias contenían la posibilidad de un sujeto transformador, el fondo mítico de la Villa Miserias de Rabasa queda constituido a través de la figura de Selom Perdumes, el demiurgo del sistema del “cambio perpetuo” (p. 51, no sabemos si con reminiscencias de la revolución permanente), y hábil creador del “quietismo en movimiento”, práctica lampedusiana creada por Perdumes dirigida al sostenimiento de un cierto estado de cosas. La fábula política creada por Rabasa tiene una lógica interna caracterizada por la completa ilógica, algo a lo que estamos acostumbrados en nuestro día a día y que el autor retrata a la perfección. Si la mayor impostura imaginable sería un candidato electoral que dijese la verdad, esa y no otra es la arriesgada opción que toma Max Michaels en su delirante campaña: decir a los votantes que no tiene ninguna intención de reformar la sociedad o de cambiar las cosas: “si me elijen haré todo lo posible por perpetuar este sistema” (p. 324), incluyendo en su programa “cobrar más impuestos a las capas inferiores” o “colocar la política al servicio de la economía” (p. 352). El giro propuesto por Rabasa es brutal: es ahora el emperador quien dice que va desnudo. Y sin embargo, funciona a la perfección, porque la alternativa diseñada por Perdumes, González, se rige por los mismos planteamientos, sólo que sin explicitarlos.

Rabasa, editor de profesión y politólogo de formación, analiza en La suma de los ceros las relaciones de poder, tanto en un sentido teórico (con menciones oblicuas a Foucault, p. 68, y otros muchos pensadores) como en un sentido afectivo y sentimental, pues las relaciones de poder aparecen también en la relación que Michaels sostiene con Nelly, así como en las de amistad (cf. pp. 364-65), llegando el lector a la conclusión de que la nietzscheana voluntad de poder es para el autor lo que rige cualquier dimensión de la existencia humana. Aunque pudiera dar la impresión, por lo ya dicho, de que estamos ante una novela ensayística, hay que destacar el pulso narrativo de Rabasa, que elabora esta novela de ideas profundamente hispanoamericana no sólo mediante una narrativa directa y poderosa, sino que también invita a otros géneros, que aparecen reproducidos o imitados: poesía, teatro, artículo, crónica, relato breve, etcétera. El resultado es un puzle variopinto y monumental, que se enriquece gracias a esa estructura de tejido bien consistente y armado.

Dentro de las microhistorias, una de las más interesantes es la del artista Pascual Bramsos, que se dedica a hacer piezas de arte con dinero (pp. 161ss); nos sentimos tentados a decir que, aunque el detalle puede leerse de forma literal, también cabe suponer que Rabasa esté creando a un artista contemporáneo que se hace rico al objetualizar el dinero. En una de las piezas de Bramsos hay un agujero, y el artista explica: “si se asoma con cuidado, verá que en ese punto se concentra todo lo que existe en nuestro mundo” (p. 164), lo que puede leerse como un homenaje al aleph borgiano, o como una explicación del mundo del arte contemporáneo (o las dos cosas). Esta posibilidad de segunda lectura es constante a lo largo del libro, que siempre deja un espacio de indeterminación que podemos proyectar hacia arriba, o ensanchar en horizontal hasta convertirlo en síndrome social. 


En resumen, La suma de los ceros es un feliz debut narrativo de la mano de alguien que no sólo sabe editar buena literatura, sino que además sabe escribirla.

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[Relaciones con las editoriales: ninguna. Relaciones con los autores: con Vidal Valicourt, correspondencia sobre su obra; con Alcantar, cordial; con Rabasa, ninguna.]

4 comentarios:

Isabel dijo...

Como siempre, gracias.

Isabel dijo...

Como siempre, gracias.
Salud y buen verano.

Vicente Luis Mora dijo...

Como siempre, gracias a ti por la lectura. Un abrazo.

Anónimo dijo...

colocar la política al servicio de la economía es lo mejor que puede hacer un politico demócrata por sus conciudadanos. Lo contrario es criminal, porque lo contrario es lo que hacen todos los dictadores y populistas, fascistas y neocomunistas del mundo mundial. Ya lo hemos visto y padecido. Quien tenga ojos para ver, vea.