jueves, 25 de junio de 2009

Paranoien

Escribo desde una terminal de Internet en el aeropuerto de Zurich, terminal A. Tengo la sensación de estar viviendo un cuento de Ballard. Los parpadeos de las pantallas es lo único que se mueve aquí. No hay nadie más, a pesar de ser las 3 de la tarde de un jueves. Cuando digo nadie quiero decir nadie: ni seguridad, ni viajeros, ni equipos de limpieza, ni ser humano alguno. Centenares de metros de tiendas vacías, sillas huecas, mostradores descuidados, pasillos inacabables y cintas transportadoras me contemplan en silencio. Solo esta terminal y las máquinas expendedoras generan algo parecido a un movimiento, y es pura vibración de píxels, parpadeo estático. Cinco minutos en el contador de internet. Nadie alrededor. Cuando llegué había miles de personas, que han desaparecido como por ensalmo, uno a uno. Deben creerme. Estoy oyendo ruido de pasos, pero no veo a nadie. No son tacones, parecen pasos de hombre. Un minuto en el contador. Los mostradores me tapan al creador del ruido rítmico. No veo reflejos, no oigo su respiración, solo los pasos. Vienen hacia mí, pero no consigo ver su .

miércoles, 17 de junio de 2009

Defensa

Este texto fue leído el lunes pasado en Córdoba, en la defensa de mi tesis doctoral.

Defensa

Estimados miembros del Tribunal, Sr. Director, señores y señoras,
Tenía intención de no leer nada, y de improvisar esta defensa de viva voz, algo que entiendo que uno no sólo puede, sino que quizá deba hacer, si las circunstancias lo permiten. Sin embargo, el hecho de saber con antelación que cuando tuviera que dirigirme a ustedes volvería de mi segundo viaje intercontinental en 14 días, me hizo pensar que a lo mejor mis condiciones físicas no eran las más apropiadas para lanzarme a la aventura de la improvisación. He dicho físicas porque las mentales nunca me han permitido, en realidad, tales alegrías, siendo mi incapacidad cognitiva algo estructural y no coyuntural. Por no querer que mi estado físico desluzca, aún más de lo ya previsible, mi intervención, decidí escribir este texto. Texto que tiene una sola virtud: la de ser breve.






En uno de los extras añadidos al deuvedé de la película de Alfonso Cuarón Children of Men (2006), el filósofo Slavoj Zizek hace un corto comentario de algunos aspectos de la excelente película. Dice el pensador esloveno que una de las cosas del filme que más le gustan es el final, cuando la mujer y el niño, única esperanza de la raza humana, quedan solos flotando en el océano, buscando la salvación en un pequeño bote. Zizek vierte aquí una fantástica metáfora sobre el sujeto contemporáneo: “El bote –dice– no tiene raíces, flota donde vaya. Ese es para mí el significado de la maravillosa metáfora de la barca: la condición para renovarse es cortar las raíces”. Con esto se expresan varias cosas: primero, que las metáforas líquidas son las que mejor definen nuestra contemporaneidad, como ya viese Bauman. Segundo, que un sujeto desarraigado no tiene por qué ser algo nefasto, inconveniente o maligno. Quizá, como deja entrever Zizek, sólo mediante el corte de aquellas cosas que nos amarran podemos ser libres, aunque esto implique ser libres para elegirlas de nuevo, si bien esta vez de forma voluntaria. Para algunos, la desintegración del sujeto contemporáneo es una falacia, algo inventado por los filósofos para seguir acudiendo a congresos. Para otros es una evidencia, sí, aunque categorizan el fenómeno como algo negativo, exhibiendo sus cuitas a modo de canto melancólico por una unidad perdida. Esta investigación me ha hecho conocer un tercer grupo, un nutrido e interesante colectivo formado por muchos pensadores y artistas para quienes esa descomposición, por el contrario, es una oportunidad única. Nos permite la preciosa posibilidad de rehacernos, de (re)construirnos, despojándonos de numerosas adherencias históricas, ideológicas, políticas, religiosas, metafísicas, económicas, culturales, psicológicas, que nos habían sido impuestas sin pedirnos opinión. En esto la sociedad europea y la norteamericana, curiosamente, coinciden. Para la lógica social estadounidense, el ciudadano tiene el derecho de reinventarse a sí mismo, de levantarse de nuevo y hacerse tantas veces como desee. La sociedad europea, más sabia pero también más conservadora en términos de identidad, apela a la necesidad de que nos sintamos realizados. Me encanta esa expresión, porque significa que venimos de estar irrealizados, de no tener realización, palabra que define el Diccionario de la Real Academia como “acción y efecto de realizar o realizarse”. Es algo hermoso: significa que, en tanto que no nos realizamos, no tenemos realidad. Dicho en otras palabras: si no nos inventamos, no somos. El poeta y editor Sergio Gaspar acaba de publicar un notable libro de poemas, Estancia, donde escribe:

(…) Nuestra tarea
es levantar un hogar que se derrumba
–lo llamaremos identidad– con fragmentos
de recuerdos no necesariamente vividos.
[1]

Estos fenómenos, que pueden parecer extraños a algunos, si no producto de la ciencia ficción, son habituales y hasta obsesivos en la literatura española de la posmodernidad, término este que hemos entendido para la tesis –a diferencia de nuestra costumbre y con voluntad clarificadora– en su definición puramente historiadora, diacrónica, periodizadora. Los más de doscientos poemas que hemos recogido al final de la tesis, los miles de ejemplos narrativos y líricos citados en el texto, recogen esta preocupación y la atan, nítidamente, al espejo como símbolo de esa descomposición subjetiva, de la puesta en crisis de la identidad, algo que hace apenas siglo y medio era un indiscutido término de partida y hoy un espinoso punto de llegada. Es curioso que en un mundo donde parece que la pantallas han sustituido a la contemplación directa, un objeto antiguo, plano, analógico, discreto, barato y que suele pasar desapercibido, como el espejo, pueda guardar tanta carga significativa respecto a lo que somos, llegando a constituir, como vemos en el estudio, nuestra auto percepción, al decirnos todos los días quiénes somos a nosotros mismos. En este punto la influencia de la imagen y los medios de comunicación ha sido determinante. En una novela recién aparecida, el escritor Germán Sierra resume el proceso de este modo:

La autorización por la imagen se ha convertido en el medio universal para colonizar la subjetividad. Sin embargo, sus métodos y efectos no han sido analizados hasta muy recientemente porque, a pesar de todo, y quizá como parte fundamental de su estrategia intrínseca, la influencia de la imagen artificial en la subjetividad fue –y todavía es– tratada como un símbolo de frivolidad intelectual en lugar de ser reconocida como un efecto de la narrativa social dominante.
[2]

Nuestro trabajo intenta demostrar que la imagen ya no puede ser vista con esa frivolidad a la hora de estudiar la determinación de nuestra identidad. Más allá de que nos reconozcamos en las fotos de nuestros álbumes, o en la propia imagen contemplada en el espejo, lo cierto es que no podernos vernos ni reconocernos si no es mediante una imagen externa, de la proyección de nuestra cara en otro medio, en los medios, o en un azogue. En todo caso nuestro rostro es inaccesible sin una ayuda tecnológica exterior, de una reproducción de nuestra cara que no se corresponde con la realidad. En el caso del espejo, la repetición no es exacta porque nos devuelve una imagen inversa, donde derecha e izquierda están intercambiadas; en el caso de las reproducciones mecánicas, sean digitales o fotográficas, tampoco hay exactitud porque la pixelización o la impresión fotográfica son procesos electrónicos o químicos que operan por ajustes de color y sombras, y no devuelven nunca la imagen real, sino una aproximación plausible y detenida, estanca, de nuestro rostro; rostro que es sin embargo dinámico y se altera con la respiración y el parpadeo cada pocos segundos. Antes del Photoshop, toda imagen era ya, en cierta forma, una manipulación estructural. La detención de un proceso caracterizado por el movimiento y la mutación incesante. La conclusión de esta infidelidad nuclear es terrible: no tenemos acceso inmediato y fidedigno a lo que somos. Y esto es algo que han advertido, intuitiva o reflexivamente, la inmensa mayoría de poetas y narradores contemporáneos que escriben en castellano.

El marco de posibilidades de la tesis doctoral era de una enorme amplitud; el número de libros del período en estudio es casi inimaginable: más de un millón de volúmenes. Ese número irracional nos permite decir sin exageración que esta tesis es sólo una de las cientos de miles de tesis doctorales posibles que pueden componerse sobre este tema y ese espectro, sin repetir ninguno de los poemarios o novelas en estudio. Cuatro generaciones de doctorandos pueden hacer estudios sobre el espejo en la literatura reciente en castellano sin rozarse sus observaciones ni colidir sus campos de trabajo. En nuestra selección se ha optado por incluir a autores significativos y a otros que no lo son tanto; a autores vivos y a autores muertos; a autores que están en horas bajas de su carrera y a otros que están en su cénit, como Mario Bellatin. A poetas poco conocidos y a clásicos. Esta variedad era para mí obligada, ya que si quería demostrar que la presencia de la identidad desintegrada, a través del tema o el motivo del espejo, era una constante en la literatura en castellano de la posmodernidad, tenía que poner ejemplos de todas las posibilidades, líneas, edades, estilos y tonos de la narrativa y la poesía actual. Hacer un seguimiento del tema solamente en autores de primera línea hubiera supuesto falsear la homogeneidad de la disolución subjetiva en toda la amplitud de eso que Alfonso Reyes llamaba la experiencia literaria.

Nuestro acercamiento a los textos ha sido tan variado como los textos mismos; hemos utilizado el análisis filológico de rigor, pero también hemos querido utilizar la mitocrítica o el asedio filosófico a los ejemplos cuando nos ha parecido pertinente, a la hora de esclarecer el sentido de los mismos o de ampliar el horizonte de exploración. El hecho de que el tema de fondo que rastreábamos, la disolución del sujeto contemporáneo, hubiera sido muy estudiado desde las perspectivas filosófica y psicoanalítica, nos ha animado a ello, en aras de intentar hacer sentido de los textos además de hacerles la autopsia filológica. Como el paciente estaba muerto no ha protestado mucho, pero esperemos que se valide o al menos se perdone nuestro procedimiento forense.

Uno de los puntos más interesantes para mí de la investigación ha tenido lugar al enfrentarme a ese mito mutante que es el mito de Narciso. Un mito que ha sabido adaptarse a todas las épocas, y que ha llegado a nuestra posmodernidad de un modo casi contradictorio a su nacimiento clásico. Si en sus primeros tiempos Narciso era el prototipo del sujeto pleno, encantado de conocerse, lleno de sí y enamorado de su propio ser, el narcisismo contemporáneo se caracteriza por la capacidad del yo disuelto de adorar todas y cada una de sus múltiples manifestaciones
[3]. Hay un microcuento muy conocido de Juan José Arreola que dice “la mujer que amé se ha convertido en un fantasma y yo soy el lugar de sus apariciones”. Si sustituimos la figura de la mujer amada por la del yo, podemos vislumbrar una idea muy aproximada de lo que sería este Narciso posmoderno, fantasmal, repetido hasta la saciedad en decenas de poemas y textos narrativos actuales en castellano.

En estos once años de investigación he visto miles de espejos o de extrañamiento ante los mismos en los textos, no sólo españoles, sino también hispanoamericanos y extranjeros que he leído[4]. Antaño, en todas las lenguas y culturas el espejo ha demostrado su condición arquetípica para reflejar el problema de la subjetividad y hogaño se revela como un instrumento estético insustituible a la hora de metaforizar o canalizar las carencias y crisis de la identidad contemporánea. Su poder simbólico es tal que a veces le da la vuelta a la escritura y se convierte no en herramienta utilizada por ella, sino en metáfora de la misma. Un ejemplo lo tenemos en otro libro publicado en 2009, el libro de relatos de Flavia Company Con la soga al cuello, donde uno de sus personajes dice: “Uno acaba por tener necesidad de relatarse a sí mismo delante de los demás. Uno acaba por necesitar esa especie de espejo”[5]. La literatura en castellano de la posmodernidad es un juego literario de espejos en que los azogues del texto reflejan el otro eco visual donde el propio escritor contempla su experiencia de ficción. Hacer una distinción de todas las formas posibles de uso literario del espejo, así como categorizar todas las formas o tipologías subjetivas producto de esas utilizaciones, ha sido otro de los objetivos de la tesis y el que más tiempo me ha llevado, seguramente, por la variedad de posibilidades utilizadas y el estrecho grado de imbricación entre ellas.

Respecto a la conclusión final más importante, la de que los sujetos somos ficción o hemos constituido la realidad que somos a partir de un proceso ficcional, de un storytelling que nos construimos a voluntad –y quizá a nuestra plausible imagen y semejanza–, entiendo que es difícil de aceptar. Lo es para mí, personalmente, y lo es para cualquier persona. Es duro pensar que somos una nada espesa, un nadie cárnico, siguiendo la cruda metáfora de Metzinger
[6], alrededor del cual hemos levantado un constructo de personalidad para sobrevivir. Un relato subjetivo. Pero si nos paramos a pensarlo, si hacemos un alto en el camino y descendemos con humildad y consciencia a nuestro interior, nos daremos cuenta de que muchos de nuestros comportamientos y actitudes ante los demás o ante la propia existencia son fruto de un conjunto de factores, entre los cuales nuestra voluntad y la voluntad de los otros (es decir, los relatos propios y ajenos que cuentan lo que somos) son parte fundamental, son aquello que nos edifica. Las personas cambian con el tiempo; lo hacen realmente, y cambian mediante lentísimos procesos de inversión o reversión ficcional. Personas que de niños creían en las hadas, en el ratoncito Pérez o en los gnomos crecen y se racionalizan; adolescentes que piensan que masturbarse puede dejarles ciegos se vuelven escépticos de mayores. Personas que creen de jóvenes que la fidelidad es un valor se comportan de mayores con una actitud muy próxima al sexo libre. Y al revés, adolescentes rijosos y alérgicos al compromiso desarrollan luego actitudes de máxima fidelidad. Centrándonos en estos dos últimos casos, diremos que los primeros creen que aquello que les contaron sobre la fidelidad era un cuento chino, frente al cual construyen los suyos propios. Los segundos consideran que la historia de una relación no puede escribirse sin el compromiso de la exclusividad. Otras veces, personas de mentalidad conservadora o apolítica en su juventud, viendo las injusticias sociales, se conciencian y se hacen de izquierdas en la edad adulta; frente a ellos, hay quien, como Jorge Luis Borges, comienza pirómano, declarándose anarquista spenceriano individualista, para acabar de anciano bombero, pagando las cuotas de un partido conservador, en un gesto de escepticismo, según sus propias palabras. Las personas cambian. Unas más, otras menos, lo que nos induce a pensar que hay una rescritura. Si los seres humanos fuéramos un software, seríamos un programa de código abierto, susceptible de evolución, adaptación y reforma. Esas “mejoras” se producen mediante la inserción voluntaria de nuevos discursos internos con los que intentamos convencernos a nosotros mismos de que debemos evolucionar. Hasta nuestra perspectiva sobre nosotros y nuestros sentimientos de la infancia varían. Todo lo que nos atañe está sujeto a rescritura y a una ficción controlada. Hace apenas un mes ha salido a las librerías un ensayo de Agustín Fernández Mallo, titulado Postpoesía, donde el autor escribe: “la ficción se pertenece a sí misma, al universo genésico que despliega. En otras palabras: decir que una obra de arte está basada en hechos reales es inconsistente con el presupuesto óntico de la misma. Así las cosas, hasta el género biográfico es ficción[7]. Cito tantos libros recientes de forma deliberada, para intentar mostrarles que esto, que el proceso discursivo reflejante, no va a parar, que la sucesión de libros que aceptan la disolución de la identidad no va a detenerse, no puede detenerse, porque es un proceso que viene de lejos y que se está acelerando con el paso del tiempo, del mismo modo que la expansión del universo. Pero volviendo a la cita de Fernández Mallo y su asociación entre biografía y ficción, no podemos negar la evidencia de que es una realidad tan cierta como terrible. Aceptarla ha sido duro para mí, y ha sido no un prius teórico, no una idea consistente que tuviese en 1998, cuando comencé esta investigación, sino el resultado de la misma. La demoledora conclusión. Llevo estudiando el sujeto de modo sistemático desde hace once años; de modo intuitivo y carente de sistema desde que tengo uso de conciencia, como todos los que estamos aquí, porque todos crecemos metaexistencialmente, preguntándonos cada poco el sentido de nuestra vida y de nuestra pertenencia al cosmos. La pregunta quién soy yo es la más frecuente de nuestras existencias, y comienza cada mañana, como apuntamos en la tesis, cuando nos colocamos frente al espejo y aceptamos inconscientemente los minúsculos cambios faciales y corporales producidos durante las últimas 24 horas[8]. Esa de quién soy yo es una pregunta hasta cierto punto obsesiva. Hacer una investigación obsesiva sobre una obsesión, si se paran a pensarlo, es algo absolutamente disparatado, y sostenerla durante once años un atrevimiento que se paga muy caro. El que la mantiene lo paga con la bajada al mäelstrom individual, con un descensus ad ínferos que tiene poco de homérico y mucho de epiléptico, pues deja al viajero interior temblando ante la nada de la propia existencia. También lo pagan, y mucho, las personas que rodean al investigador, aquellas que tienen que soportar que aquél a quien quieren salga totalmente desolado del cuarto de trabajo, hundido, sin ser capaz de mirarlos después de la horrible experiencia de haberse mirado sin piedad a sí mismo. Hoy es un día feliz para mí por muchos motivos, pero entre ellos descuella el dar fin a este proceso enfermizo de investigación. Hoy vuelvo a una existencia normal, en la que preguntarme por el sentido del sujeto será una ocupación ocasional, un trabajo de domingos por la tarde o de períodos fiscales, como lo es para el resto del mundo, como lo era para mí antes de 1998. Pero mi angustia sostenida durante tantos años ha dejado varios cadáveres por el camino, además del propio. Por eso no quiero hoy dar las gracias, lo que quiero hacer aquí y en este momento es pedir perdón. [Aquí vinieron los agradecimientos] Y por último, creo que es justo pedirles perdón a ustedes, miembros del Tribunal, por hacerles leer un original de 650 páginas, de seguro lleno de errores, imprecisiones y ausencias. No tengo nada más que decir. Sólo que voy a escuchar con toda atención las recomendaciones, censuras, sugerencias e incluso posibles insultos que vayan a dirigirme. También les animo a que, si lo consideran oportuno, me lancen cualquier objeto contundente que tengan a mano, como modo de demostración palmaria de su enojo, rogándoles –eso sí– puntería en el lanzamiento, no vaya a ser que resulte herido alguno de los asistentes por culpas sólo a mí debidas. Sin más, muchas gracias de nuevo por las recomendaciones que van a hacerme y que tendré en cuenta para mejorar el original, y gracias también a ustedes por su atención.

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Notas.
[1] Sergio Gaspar, Estancia; DVD Ediciones, Barcelona, 2009, p. 15.
[2] G. Sierra, Intente usar otras palabras; Mondadori, Barcelona, 2009, p. 32.
[3] “El Yo se convierte en un espejo vacío a la fuerza de asociaciones y de análisis, una estructura abierta e indeterminada que reclama más terapia y anamnesia. Freud no se equivocaba cuando, en un texto célebre, se comparaba con Copérnico y Darwin, por haber infligido uno de los tres grandes “mentís” en la megalomanía humana. Narciso ya no está inmovilizado ante su imagen fija, no hay ni imagen, nada más que una búsqueda interminable de Sí Mismo, un proceso de desestabilización o flotación psi”; Lipovetsky, La era del vacío (1983), Anagrama, Barcelona, 1996, p. 56.
[4] Un ejemplo más que acaba de aparecer: “entró en la habitación, se dirigió al espejo, esto tenía que verlo, tenía que ver el rostro del idiota ridículo al que se le había ocurrido acoger aquella sensación extraña de disgusto. Y ante el espejo apareció, en efecto (…) y se ofreció una sonrisa conmiserativa, pobre yo que estás ahí dentro, acaudillando pamplinas. ¿Cómo se te ocurre?, se preguntó, le preguntó al extraño impreso en el azogue”; Juan Bonilla, “Un gran día para tus biógrafos”, Tanta gente sola; Seix Barral, Barcelona, 2009, pp. 14-15.
[5] Flavia Company, “Con luz verde”, Con la soga al cuello; Páginas de Espuma, Madrid, 2009, p. 30.
[6] “La ilusión es irresistible. Detrás de todo rostro hay un yo. Vemos una señal de conciencia en cada ojo que parpadea e imaginamos algún espacio etéreo detrás del cráneo, encendido por patrones móviles de sentimiento y pensamiento (…) Pero cuando miramos, ¿qué vemos en ese espacio detrás del rostro? El hecho descarnado es que no hay nada salvo sustancia material, carne, sangre, huesos y cerebro (…) Miramos en una cabeza abierta, contemplando cómo late el cerebro, el modo en que el cirujano escarba y prueba y se entiende con absoluta certeza que no hay nada más que eso. No hay nadie allí”; Thomas Metzinger, Being No One. The Self-Model Theory of Subjectivity; MIT Press, Cambrigde, 2004.
[7] Agustín Fernández Mallo, Postpoesía. Hacia un nuevo paradigma; Anagrama, Barcelona, 2009, p. 198.
[8] “Tus círculos, mis círculos, dar vueltas / alrededor del mismo equivocarse. / Envidio, sin embargo, tu memoria. / La facultad de cada tres segundos / olvidar quien he sido / y volver a mirarnos como extraños”; I. Pelegrín, “Tres segundos”, Óxido; Pre-Textos, Valencia, 2008, p. 44.

viernes, 12 de junio de 2009

Conferenencia sobre blogs y literatura

Transcribo dos de las cuatro partes de mi conferencia sobre blogs y literatura en el I Encuentro Iberoamericano de Blogs, celebrado esta semana en Managua:



1. Ver y leer. Literatura para un mundo desarticulado

The blog it’s a broadcast, not a publication. If it stops moving, it dies.
Matt Drudge


A pesar de encontrarnos en el marco de un encuentro Iberoamericano sobre blogs, en cuya organización se juntan instituciones respetables como las diplomáticas y las universitarias (lo cual animaría a pensar que los blogs hispanoamericanos son una realidad incontestable de nuestro tiempo), creo que no peco de alarmista o de desconsiderado si comienzo situándome en una posición algo pesimista. A mi juicio, quienes sostenemos que los blogs son hoy una de las formas más interesantes y vivas de comunicación, interlocución e incluso creatividad literaria nos encontramos con todo tipo de resistencias. El de resistencia es un concepto muy conocido por los psicoanalistas, por los físicos especialistas en mecánica y por quienes han contraído matrimonio, de modo que no requiere mucha explicación, pero no debemos olvidarlo si queremos situar de algún modo el lugar alrededor del cual funciona la blogosfera literaria y sus posibilidades de consideración como una alternativa artística real.

Comencemos con un ejemplo. En el marco del XI Encuentro Latinoamericano de Facultades de Comunicación Social “Comunicación, democracia y ciudadanía”, celebrado en Puerto Rico (octubre 2003), el profesor e investigador sobre medios de comunicación Omar Rincón disertó sobre la “narrativa light” de los mass media, explicando que “lo light representa el modo de pensar de esta época y es el horizonte donde toda la felicidad es posible (…). La profundidad es aburrida, la superficialidad es toda una emoción”
[1]. Uno de los agudos indicadores de narrativa light detectados por Rincón en los medios de comunicación de masas sería el empleo de narrativas basadas en “lo breve, el clip, el fragmento y lo efímero”. El certero diagnóstico de Rincón, que se refería sólo a las narrativas generadas por los media, ha sido utilizado o es imitado por quienes entienden que los mismos vicios sacuden a la literatura influenciada por ellos o generada desde los medios de comunicación de masas (e Internet, por supuesto, es uno de ellos). De esta manera, se considera por algunos que la literatura que comienza, aflora o acaba en los blogs es también superficial, fragmentaria y efímera. Es cierto que el blog es necesariamente superficial, porque como dice el escritor y blogger Andrew Sullivan, “por superficial me refiero, simplemente, a que el blog permanece breve e inmediato, porque nadie quiere leer un tratado de 9000 palabras en línea”[2]. El mismo autor añade otra distinción con la narrativa convencional: “un novelista puede gastar meses o años antes de comprometer palabras al mundo. Para los blogueros, la fecha de entrega es siempre ahora”[3]. Es cierto que es un peligro de lo fragmentario caer en la superficialidad (tampoco, desde luego, la narrativa extensa asegura la profundidad; la novelística española de unos años a esta parte quizá sería buena prueba de lo contrario, salvo las escasas y consabidas excepciones), y ese peligro debe evitarse desde su consolidación como una apuesta de sucesivos ahondamientos en las distintas capas de lo real, una suerte de catas arqueológicas o prospecciones petrolíferas en las profundidades de nuestra sociedad. No se trata de ir “picando” en la superficie de nuestro entorno, sino de excavar en multitud de hechos que, bajo su aparente inocuidad, son representativos de los fenómenos sociológicos o psicológicos de alcance en nuestros días y que aquellos medios (y buena parte de nuestra literatura) ignoran por completo, por distintas razones que ahora no vienen al caso.

La experiencia literaria (por utilizar una expresión de Alfonso Reyes que me parece muy hermosa) de los blogs es fragmentaria, porque todo lo es. La narrativa de una época viene atravesada por los condicionantes socioeconómicos de su tiempo pero, aún en mayor medida, también por las formas de percepción de sus autores y lectores. Por el modo en que éstos reciben y generan la información. La novela decimonónica, que triunfó en el siglo XX y que extiende, para mí de forma inexplicable, sus raíces de modo generalizado en las librerías del 21, era fruto de un tiempo lineal, de una sociedad donde no había más medio de comunicación de masas que el periódico, escrito por un sujeto de la Modernidad ignorante aún de su condición postcartesiana y de su estado crítico como unidad subjetiva inamovible. Era una novela que sirvió muy bien a los objetivos y los parámetros filosóficos de su época y que nos ha regalado numerosas obras maestras. Pero la nuestra es una época muy distinta. Es una época donde los medios de comunicación son casi incontables, no son poseídos por unos pocos millonarios sino que todos tenemos acceso creativo a ellos por muy pocos dólares al mes, o incluso gratis en aquellos lugares donde se ofrece gratuitamente Internet; es una época donde la idea de distancia ha cambiado, donde el sujeto es consciente de su dispersión identitaria y de su nomadismo geográfico, y todos esos son factores que la literatura de nuestro tiempo no debería olvidar si pretende ser igual de útil al 21 que la novela convencional fue al XIX.

La literatura del 21 parte de la noción de fragmento, tanto la novela blog como la novela superviviente, como luego veremos. Y ese fenómeno es normal porque el fragmento se está implantando en todas las artes como unidad mínima de comunicación y creación artística. Como ha señalado Lawrence Dreyfus,

“Another form of narrative is established here, the exploration of that of cinema and that of the universe of video games. Now, those researches on other narrative forms draw from the narrations of past facts, and also from abandoned techniques and technologies one re-animates in the contemporary world. Facing a reality increasingly assertive, mediatically telling and more and more fantasized, the notion of fragment takes on all its meaning. The fragment allows the reversal of an order, to disconnect the rules of the game. It favors the multiplicity over the sum as the artist, bringing into play other processes of editing for new offers in reality, put forward”
[4].

No puede ser de otro modo, porque nuestro mundo ya no es lineal sino discontinuo; no está regido por la idea, de raíces modernas, de un proceso dirigido a un destino, sino por una serie inverosímil de procesos informáticos de fines diversos, prácticamente uno por usuario. No puede haber un fin de la historia porque la historia no es un camino. Vivimos en un tiempo presente, sincrónico y no diacrónico, en un instante de 24 horas de duración donde la característica esencial es la continuidad entre los fenómenos, la conexión entre las personas, la contigüidad entre los principios y la comunicación entre las ramas del arte y el conocimiento, y entre éstas y la tecnología. Vivimos en un tiempo que en otro lugar hemos denominado Pangea, un planeta interconectado donde todas las cosas están relacionadas por varios factores, desde la globalización a las pandemias, pero sobre todo por la tecnología. Como escribí hace no mucho tiempo, “nuestro mundo es ahora más amplio, interior y exteriormente; la Tierra se ha convertido un planeta cyborg, recubierto de una carcasa metálica o digital, pero orgánica, formada por una red espinosa interminable, donde cada punta es un ordenador, que llega a varios miles de millones de hogares, a lo que hay que añadir la gran capa de edificios inteligentes, centros comerciales, espacios públicos cubiertos y homogeneizados por la digitalización y el aire acondicionado (lo que Rem Koolhaas llama el Junkspace, el Espacio Basura
[5]). El resultado es una coraza metálico-electrónica que unas partes del planeta no existe más que en la delgada e invisible forma de la cobertura de los teléfonos móviles y el alcance de las ondas de radio, pero que en otros sitios tiene consistencia matérica y una altura de muchas plantas”[6]. Vivimos en un mundo que es el mismo que el del siglo XX en cuanto a sus circunstancias físicas, pero que ha mutado mucho en las demás. Vivimos en un mundo nuevo. Vivimos en un mundo que ya no siente, por fortuna, la necesidad de la verdad única, de la idea solitaria triunfante. En un mundo consciente de su estatus contingente. Sabemos, por haberlo visto, que las cosas cambian en veinte minutos. El mundo entero cambió en los 20 minutos que separaron las nueve menos diez y las nueve y diez, hora local de Nueva York, del 11 de septiembre de 2001. Somos o debemos ser conscientes de que incluso cuando pensamos sobre arte, literatura o blogs, operamos sobre un sector de la realidad esencialmente mutable y cambiante. Ya escribía Umberto Eco en 1977, haciendo autocrítica de su Apocalípticos e integrados, que “el territorio se modifica, desde dentro y desde fuera. Y si se escriben libros sobre las comunicaciones de masas es preciso aceptar que son provisionales. E incluso que, en el espacio de una mañana, pierdan y vuelvan a recobrar actualidad”[7]. La realidad siembre ha sido el espacio de lo mutable, y el hombre es un mutante naturalmente adaptado a los cambios. El problema es que la literatura no siempre ha sido consciente de ello.

Los blogs son el mejor testimonio imaginable de esa consciencia. Tienen presente la inmediatez y la contingencia de lo que somos y del tiempo en el que somos. Son ricos en posibilidades, entre ellas la posibilidad de respuesta. Se produce un fenómeno y los blogs son capaces de opinar en tiempo real sobre él, se produce una novedad y los blogs pueden hacer opinión o arte sobre él en cuestión de minutos. La revolución que los blogs suponen no hace referencia a la calidad de esa respuesta o de ese arte, sino a la potencialidad de que existan, al hecho casi increíble de que un suceso pueda ser transmutado en literatura en cuestión de minutos u horas. Ocurrirá en poquísimos casos, de acuerdo, pero nadie me negará que puede ocurrir, y que cualquier habitante del planeta que entienda la lengua en que está escrita esa entrada puede disfrutarla casi al instante. Una catedral tardaba en el siglo XV entre treinta y cien años en construirse. Una novela del siglo XIX tardaba varios años entre su escritura y su publicación. Un cuadro de pop-art podía pintarse una semana y exhibirse la siguiente. Pero el paradigma comunicacional ha cambiado, como casi todo, impulsado por una aceleración histórica cercana al paroxismo, frenética. Ahora todo es instantáneo, para bien y para mal. Hubo miles de novelas decimonónicas malas (y las sigue habiendo), y hay millones de entradas de blog literariamente deficientes. Esto no significa que la fórmula del XIX fuera mejor que la del 21, sólo que había apenas unos pocos de miles de literatos a comienzos del XX y que hay millones de blogueros en todo el mundo en nuestros días.

Cambian los modos de generar información. Cambian los modos de recibirla. Aumenta de forma exponencial el número de personas que desean comunicarla. La proporción de escritores amateur es quizá la de siempre, pero ahora tienen medios de expresión globales. Cambia la percepción de nuestras posibilidades como artistas, como escritores, como lectores. Comprendemos que hoy estas tres realidades, antaño estancas, pueden ser la misma cosa, al mismo tiempo. Un joven escritor español, Agustín Fernández Mallo, ha publicado hace muy poco su ensayo Postpoética, donde defiende los márgenes de una nueva cosmovisión creativa: “la postpoética (…) tiene como uno de sus soportes fundamentales, un material que puede ser visto/leído, y pocas veces contado/dicho, en consonancia con esa tercera naturaleza constituida ya hoy por las posibilidades que ofrecen los ordenadores personales. Éstos, con aperturas de ventanas inactivas, hacen imposible una ‘declamación’ de lo que la pantalla muestra. Iconos, mensajes en móviles, e-mails, hipertextos, Internet, etc. Más que nunca, hoy la lectura es entendida como acto genérico de la comprensión en solitario de lo visto/leído, haciéndose inseparable del soporte en que nos viene dada”
[8]. Esto tiene incalculables consecuencias. Nos sitúa en una experiencia escrituraria muy diferente de la del siglo XX. La página no es ya algo donde se puede escribir, sino un espacio que se puede reordenar, donde se puede leer e inscribir textos, pero también enlaces, imágenes, sonido, dibujos, movimiento. Hegel decía que es filósofo quien acierta a poner su tiempo en palabras, y artista quien acierta poniendo en imágenes su época; los blogueros son, en los mejores casos, artistas, porque el blog ya no es una página en blanco; es una página con colores, con posibilidad de gráficos, con movimiento, con vídeo, con imagen, donde el texto, como en algunas experiencias de Derrida, es sólo una de las partes del encuadre material, existiendo otros discursos en los laterales. La atención del lector es continuamente distraída por referencias a otros posts, a comentarios, a enlaces a otras páginas, a imágenes, a canales de Youtube, y un imaginable etcétera. Es un espacio que llama constantemente a otros, un lugar compuesto de lugares. Mientras que la novela del siglo XX es aún el espacio egocéntrico del negro sobre blanco y la caja única, la literatura del blog es un espacio generoso, abierto a otros (a otros autores y a otros espacios), que ha cambiado la caja por el scroll y el movimiento lineal de derecha a izquierda y de arriba abajo por un movimiento libre, una deriva psicogeográfica por la pantalla y por esas otras pantallas invisibles, que aún no están ahí pero a las que puede accederse con un simple golpe de ratón. La página del XX era un templo, nos decía que no había sentido más allá de sus blancos muros. La página del 21, la página del blog, es una elección, una selección, una lección, que nos hace ser humildes y nos explica que somos parte de una colectividad y nuestro arte sólo una minúscula tesela móvil en el mosaico del nuevo milenio.


4. Conclusión

Para ir concluyendo, me gustaría decir que la blognovela es sólo un paso dentro de un mundo que ya admite la novela robot creada desde plataformas digitales y atisba o que Doménico Chiappe ha llamado la novela Wii
[1]. Estamos en un mundo en pleno proceso de cambio y, si su narrativa está pendiente del mundo en torno, es normal que también esté sufriendo profundas transformaciones. No todas ellas serán necesarias, no todas ellas son igual de valiosas, no todas ellas permanecerán. Nos acercamos a un momento muy similar a los comienzos del siglo XX. Ahora estamos entrando en un período de crisis artística que conducirá, en la segunda década del 21, a las nuevas vanguardias: un nuevo Surrealismo, un nuevo Dadaísmo, un nuevo Cubismo, etc. Es normal que esto suceda, porque las estructuras narrativas y poéticas se esclerotizan y necesitan reinventarse. Es muy sano que eso ocurra, aunque sólo sea para ver qué fórmulas convencionales y preñadas de tradición merecen permanecer. Lo que ocurre es que las nuevas líneas de fuga del arte y la literatura del 21 tenderán a ser diferentes que las del XX, porque el mundo en que se desenvolverán es pangeico, ramificado, interconectado, continuo. En otro texto más afortunado que el anterior, Ricoeur aduce con sabiduría que “como toda obra poética, la ficción narrativa surge de la epoché del mundo ordinario de la acción humana y de las descripciones que hacemos habitualmente del mismo mediante nuestros discursos”[2]. En este panorama, la literatura blog no debería aspirar, no hay por qué, a sustituir a la literatura publicada, sino a ser una alternativa válida, tanto para los lectores como para los propios escritores. Un escritor no debería tener que optar entre ambas, debería poder elegir las dos al mismo tiempo, como hacen los autores antes citados. Internet es un mundo sin fronteras, y no debiéramos crearlas artificialmente. Se trata de añadir libertad, no muros.

Como ha expuesto el filósofo José Luis Pardo, “necesitamos una dosis adecuada de globalidad para no asfixiarnos en contextos sin ventanas (la obra de arte, creo, es la dosis exacta de globalidad que nos permite soportar nuestra existencia local –nuestro contexto- sin ahogarnos)”. Esas ventanas pueden ser las del sistema Windows, desde luego, o las ventanas verticales de los blogs. Lo importante es no perder la conciencia de qué es lo que buscan, de aquello que persiguen. Y lo que persiguen los blogs es la intensidad. Lo hemos dicho antes: la clave de la blogoliteratura es triádica: elección, lección, selección. Se trata de quedarse con lo importante, no de fragmentar lo contingente. Como recordaba otro filósofo, Juan Arana, cuando se hicieron estudios sobre las mentes de los mejores ajedrecistas del mundo, sorprendió la conclusión de que los genios no estudian más posibilidades que el resto de jugadores de ajedrez, simplemente “no pierden el tiempo contemplando las malas opciones y tienen el olfato de considerar sólo las mejores (…) Así que todo se resume en una cuestión de énfasis”
[3]. Frente a la “odiosa deliberación de la novela”, como decía Borges, el blog se alza como una síntesis operativa, como una red cuyos nodos son las partes imprescindibles de la historia, a ser posible contadas con la misma majestuosidad que en la literatura convencional. Elección de una forma fragmentaria, lección de humildad democrática, selección de aquello que es importante sabiendo dejar al margen lo no fundamental, eso debería o podría ser la literatura blog. En una reseña de Diferencia y repetición de Deleuze, exponía Foucault que había que pensar desde la intensidad, como conciencia de lo múltiple. Defendía el pensador francés que era mejor pensar “movimientos de individuación en lugar de especies y géneros; y mil pequeños sujetos larvarios, mil pequeños yos [moi] disueltos, mil pasividades y hormigueos allí donde ayer reinaba el sujeto soberano. (…) Pensar la intensidad –sus diferencias libres y sus repeticiones– no es una pobre revolución en filosofía. Es recusar lo negativo (…) a cero, al vacío, a la nada (…) Es recusar finalmente la gran figura de lo mismo que, de Platón a Heidegger, no ha dejado de anillar [boucler] en su círculo a la metafísica occidental”[4]. Disculpen que cite a tantos filósofos, pero es que son quienes se han molestado en enseñarnos el camino más inteligente. En nuestras manos está ahora seguirlo o no. El futuro es de los blogs, siempre que caminemos por la senda de la intensidad renovadora y rigurosa. Seamos conscientes del esfuerzo que eso requiere de nosotros. Disfrutemos de esa exigencia, y no nos rindamos ante la misma. Que la resistencia quede siempre fuera de nosotros, fuera de los muros de esta universidad, y no en nuestro interior. Gracias a todos por su atención.


Notas parte 1.
[1] Recogido en O. Rincón, “La profundidad de la televerdad: lo light, lo new age y lo reality como filosofía del entretenimiento”, Comunicación, democracia y ciudadanía, Puerto Rico, 2005, p. 139.
[2] A. Sullivan, “Why I blog”, Atlantic Review, November 2008, p. 109.
[3] A. Sullivan, op. cit., p. 108.
[4] Laurence Dreyfus, “Art at stake or the diversion of Time”, en René Audet (et. al.), Narrativity: How Visual Arts, Cinema and Literature are telling the World today; Dis Voir, Paris, 2007, p. 88.
[5] R. Koolhaas, Espacio basura; Gustavo Gili, Barcelona, 2007.
[6] V. L. Mora, “Pangea, el nuevo mundo”, Cultura/s de La Vanguardia, 21/11/2007.
[7] Umberto Eco, Apocalípticos e integrados; Tusquets, Barcelona, 2006, p. 23.
[8] Agustín Fernández Mallo, Poesía postpoética; Anagrama, Barcelona, 2009, p. 87.

Notas parte 4
[1] “El narrador robot inaugura una etapa que ya ha comenzado a colarse en Facebook, donde se ‘publican’ novelas como The Fugue o The Architects are Here, cuyos capítulos se transmiten desde esta plataforma como mensajes para el afiliado. En estas obras se aplican cuestiones simples de programación que generan gran eficacia narrativa, como cambiar los nombres propios de los personajes por el del lector y sus amigos, obtenidos de esta información pública que son los perfiles y los listados de amistades”; D. Chiappe, “El narrador robot y el lector Wii”, Letras libres, mayo 2009, accesible en http://www.letraslibres.com/index.php?art=13814.
[2] P. Ricoeur, “Para una teoría del discurso narrativo”, Historia y narratividad; Paidós Ibérica, Barcelona, 1999, p. 143.
[3] J. Arana, “Formas y patologías de la creatividad”, en José Luis González Quirós (ed.), Los rascacielos de marfil. Creación e innovación en la sociedad contemporánea; Lengua de Trapo, Madrid, 2006, pp. 133-34.
[4] Michel Foucault, “Ariadna se ha colgado”, Entre filosofía y literatura. Obras esenciales, vol. I; Paidós, Barcelona, 1999, p. 328.

lunes, 8 de junio de 2009

Pasadizos ontológicos entre Santamaría y Dobry


Alberto Santamaría, Pequeños círculos; DVD Ediciones, Barcelona, 2009.
Edgardo Dobry, Cosas; Lumen, Barcelona, 2008.


Buscamos por doquier el absoluto y sólo encontramos cosas
Novalis, Fragmenta

¿Por qué no iban a tener las cosas lenguaje?
R. Musil, Las tribulaciones del estudiante Törless


1

Las cosas, como explicaba Schopenhauer, funcionan como nexus idearum. Son los más antiguos hipervínculos en el internet de las ideas. Funcionan como atractores alrededor de los cuales comienzan a tejerse mallas simbólicas o alegóricas, estructuras abstractas que parten de la concreción irradiadora. El ejemplo canónico de este proceso, del que ya hemos hablado en otro lugar
[1], es el poema Anécdota del jarro, de Wallace Stevens, que ha acabado siendo él mismo una cosa textual capaz de seguir generando discurso en torno, inextinguiblemente.

Pero mientras que otras tradiciones poéticas, en especial las anglosajonas, han sido muy cuidadosas y eficaces en su acercamiento a lo ontológico, a la coseidad como principio vertebrador de los poemas, la poesía española no siempre ha sido capaz de profundizar en este asunto, quedándose la mayoría de las veces en la superficie alegórica de las cosas, sin ser capaz de descender con eficacia a lo simbólico. Dos voces llamaron mi atención en este sentido tempranamente: la primera fue la de Julián Jiménez Heffernan, quien durante una conversación me dijo que un estudio ontológico de la joven poesía española en torno a 2000 produciría desoladores resultados. La otra fue el ensayo de Philip Silver La casa de Anteo, donde puede leerse, hablando de la poesía española y contraponiéndola a otras tradiciones: “en este sentido, desde el período romántico hasta hoy, la poesía ha sido la repetición de los infructuosos esfuerzos por fundar objetos en un sentido ontológico”
[2]. El propio Silver aludía en el mismo ensayo (p. 19) a una posible causa: la falta de pensamiento poético profundo y la resistencia a la teoría de los poetas españoles contemporáneos. Así era a finales del XX, pero el hecho de que numerosos poetas de las últimas hornadas hayan abandonado esa resistencia, junto a la llegada de varios autores hispanoamericanos jóvenes a nuestro país (poetas que han contribuido a introducir un más que necesario aire fresco en nuestra lírica), son factores que han producido, entiendo, un cambio en esta situación, como vamos a intentar demostrar de forma somera a partir de dos libros recientes, aunque los ejemplos pueden ser muchos más.


2

En un interesantísimo libro titulado Cinética (Dilema, Madrid, 2004), del que ya hablamos aquí en otra ocasión, el poeta argentino residente en España Edgardo Dobry incluía un texto titulado “La pena de las cosas”, donde leíamos: “Toda la pena de las cosas: / su estante soledad, / rala gramática del tiempo / esparce la maleza del desuso / sobre estratos de sombra. // Reja de hierro, / piel de polvo, / estragos de óxido en un clavo / emergido en el flujo del desorden; / giro pésimo / de una puerta que fue árbol: / se forman con muerte las cosas, / se hacen cosas de morir. / Después huyen hacia sí de la memoria”. Este poema, que Eduardo Milán incluyese con buen criterio en su espléndida antología de poesía latinoamericana Pulir huesos (2007), nos advertía ya de que Dobry era un creador consciente de la importancia de fundar objetos desde un punto de vista ontológico. La contundente confirmación de ese hecho la encontramos en Cosas (Lumen, 2008), un poemario difícil, nada evidente, armado desde un extraño virtuosismo de la concisión. En él Dobry acude al recuento o rescritura de los objetos desde un despojamiento radical, que convierte en res derrelicta a cualquier cosa considerada como no esencial
[3]. Escribe Dobry: “el poema y la casa del molusco / son de quien los habita ahora, / no de quien los fabricó” (p. 11). Las cosas no tienen sentido, carecen de fin concreto y son recicladas y reutilizadas por distintas personas para usos diferentes. En realidad, su sentido reside en su falta de sentido inmediato. Proyectada sobre ellas la memoria, por ejemplo, se convierten en recuerdos. Proyectado sobre ellas el deseo, se transmutan en fetiche o emblema[4]. Proyectando sobre ellas la poesía, como apunta Maillard, se convierten en sucesos[5].


3

A los poetas les interesan más cosas que la poesía, de otro modo sus poemas estarían vacíos. Son poetas porque en ellos domina el interés de transformar la experiencia y el pensamiento (y experimentar y pensar significa tener más intereses que la poesía) en poesía.
T. S. Eliot, Las fronteras de la crítica


“Explícalo no con ideas sino con cosas”, sentenció el poeta Williams Carlos Williams, y ese verso saltó como un resorte en mi mente cuando leí los de Alberto Santamaría: “quizá explicar / sea el verbo / menos útil // de nuestra lengua” (pp. 48-49). El propio Williams decía también que “Todo arte es objetivo, no declama ni explica”, y creo que Williams y Wallace Stevens son dos referencias esenciales a la hora de hablar de la poesía de Alberto Santamaría, una voz singular y plural a la vez, que puede ser él y también diluirse en la voz de Stevens (como en las diversas “Anécdotas” o en las referencias a la mirada y los jarrones presentes en el poemario) sin dejar de ser auténtico.

El modo de operar de Santamaría es la escritura por sublimación (no en el sentido estético de la palabra sublime, al que tantas páginas ha dedicado el autor, sino en el sentido químico, partiendo de lo matérico y llegando a lo inmaterial). A partir de una realidad extremadamente concreta y prosaica, el autor va enredando conceptual y lingüísticamente su verbalización, hasta llegar a unas singulares alturas de abstracción. Pero sin olvidar nunca de dónde parte: “no diré que no encuentro cierto placer descarnado en este simple estar entre cosas” (p. 12). En realidad, mediante esta sublimación física se produce un movimiento anti-sublime estético, una suspensión: Santamaría lo explica bien cuando contrapone la mirada de Wordsworth sobre la naturaleza de El Preludio, típicamente dentro del sublime estético, con la de Szymborska –y la suya, añado–, caracterizable como un instante de suspensión, donde la resolución está constantemente aplazada, y “el poema es sólo la superficie del ojo que mira, aprehendiendo y transformando”
[6]. De ahí que la mirada sea, en buena parte, una enumeración de cosas más o menos estáticas, sobre las que la mirada se posa, tranformándolas. Frente al ingenuismo científico del romántico Wordsworth, que veía una cesura entre él y el entorno natural, Santamaría opone rotundamente, con una seguridad científica que hemos visto también en Javier Moreno: “No hay nada que podamos llamar naturaleza” (p. 17). O, como dice Agustín Fernández Mallo en Postpoética: “es tan ‘natural’ desde un punto de vista químico, o ‘artificial’ desde un punto de vista cultural, el colorante E-128 como el jamón de pata negra”[7]. Porque, en efecto, como ya hemos recordado aquí, la naturaleza es también una tecnología apropiable, aunque su uso consista en dejarla –por motivos ecológicos, entre otros– tal y como está[8]. Como vemos, la mirada de Santamaría puede ser cualquier cosa menos desinformada, puede gustar o no pero tiene una solidez teórica, filosófica y estética de un nivel poco frecuente en nuestro entorno.


4.
“tu mano acude / hacia dentro // talla / sin misterio // el estómago de las cosas // su vacío / carece de hilos” (Santamaría, Pequeños círculos, p. 27).

“El círculo que nos incluye / quince mil kilómetros estiro. / Lo pongo en manos de mi madre. / Ella lo guarda en la caja / de lata con los otros hilos” (Dobry, Cosas, p. 80).



5. Extrañamientos

De la superviviente miniatura
sobrevive la joya, no la dama
Aníbal Núñez


a) Santamaría, tomando una frase de Las correcciones, de Jonathan Franzen, habla de la “inclinación de las cosas”, con la que alude a esa particularidad de decorado que rodea ciertas experiencias –por ejemplo, la del amor– y esa oblicuidad con que asoman a lo que consideramos importante, aunque sucede que, en cierta forma lo importante son ellas, ya que esas cosas son el lugar donde tiene lugar el acontecimiento representado en el poema. El texto, en estas condiciones, es un lugar extraño.

b) Jacques-Alain Miller diferenciaba el objeto perdido de la pérdida considerada en sí misma como objeto; dependiendo del estatus de ansiedad que genere la desaparición de la cosa, es un simple objeto extraviado o una brecha fantasmática
[9]. Dobry teje un fino hilo conceptual entre las cosas y lo perdido, entendiendo por tal también lo olvidado. En el último poema, un vaso de leche es el eslabón perdido, el símbolo que une lo que antes estaba y ahora no está, lo fantasmal: “todo lo que tocamos es playa / de algo más grande sumergido” (p. 28). En el poema 82 leemos: “hay que mojar la vista en este río, / dejarla secar en la memoria” (p. 90). El agua es lo perdido de la cosa, y el limo sedimentado es lo que Celan llamaría singbarer Rest, el resto cantable, según la traducción de Valente: la idea menos el agua de la retórica. Lo esencial destilado, o más bien desecado. En estas condiciones, la cosa seleccionada para ser el objeto del poema es lo extrañado.

c) Ambos poemarios utilizan el mismo recurso, el extrañamiento, para desmaterializar a las palabras de su significado, para descosificarlas como objeto lingüístico. Los procedimientos son opuestos por completo: operando por expansión Santamaría, por radical concreción Dobry, el lenguaje y la sintaxis poética se descolocan para sugerir de nuevo una distancia legible entre la cosa –el significante– y el sentido –el significado–, de modo que la operación poética deja de ser un signo reconocible para convertirse en un símbolo abstracto. La poesía se reinicia para convertirse en ambos poetas en una operación original, la de poner nombres: “nombrar no es sencillo. No basta con reconocer un objeto y expeler un sonido más o menos articulado. Existen personas que han dedicado su vida entera a nombrar unas pocas cosas…”
[10]. El extrañamiento (más semántico –pero no sólo– en el caso de Santamaría, más sintáctico –pero no sólo– en el de Dobry), reelabora, reactualiza, el discurso, convirtiéndolo en un cuerpo extraño dentro de su propia lógica: “Calcinó que te el café la lengua / es ahora el sol / del humor negro entre la panza”, escribe Dobry, en términos casi gongorinos[11].

.

Notas
[1] V. L. Mora, “Hay colinas más altas que montañas”, Pasadizos. Espacios simbólicos entre arte y literatura; Páginas de Espuma, Madrid, 2008, pp. 27ss.
[2] Philip W. Silver, La casa de Anteo. Ensayos de poética hispana; Taurus, Madrid, 1985, pp. 23-24.
[3] Sobre la relación entre la poesía y el objeto derrelicto o abandonado, es capital leer el texto de Julián Jiménez Heffernan, “Derelictos: materiales para una poética”, epílogo a la antología de César Antonio Molina, El rumor del tiempo; Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores, Barcelona, 2006, p. 303ss
[4] “Y una vez conquistados para tu persona, marcados por tu posesión, los objetos ya no tienen pinta de estar allí por causalidad, asumen un significado como partes de un discurso, como una memoria hecha de señales y emblemas (...) te apegas a las señales en las que identificas algo de ti, temiendo perderte con ellas”; Italo Calvino, Si una noche de invierno un viajero (1979); Siruela, Madrid, 2000, p. 156.
[5] Chantal Maillard, La sabiduría como estética. China: confucianismo, taoísmo y budismo; Akal, Madrid, 2000, p. 74.
[6] A. Santamaría, El poema envenenado. Tentativas sobre estética y poética; Pre-Textos, 2008, p. 124.
[7] “la postpoética (…) tiene como uno de sus soportes fundamentales, un material que puede ser visto/leído, y pocas veces contado/dicho, en consonancia con esa tercera naturaleza constituida ya hoy por las posibilidades que ofrecen los ordenadores personales. Éstos, con aperturas de ventanas inactivas, hacen imposible una ‘declamación’ de lo que la pantalla muestra. Iconos, mensajes en móviles, e-mails, hipertextos, Internet, etc. Más que nunca, hoy la lectura es entendida como acto genérico de la comprensión en solitario de lo visto/leído, haciéndose inseparable del soporte en que nos viene dada”; Agustín Fernández Mallo, Poesía postpoética; Anagrama, Barcelona, 2009, p. 110.
[8] “Nunca ha existido naturaleza ‘virgen’. Siempre ha sido considerada ésta, inconscientemente o a sabiendas, como acúmulo de materiales para la Técnica” (Félix Duque, Habitar la tierra. Medio ambiente. Humanismo. Ciudad; Abada, Madrid, 2008, p. 37.
[9] Zizek desarrolla esta dualidad de Miller en términos lacanianos en Slavoj Zizek, Visión de paralaje; Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 2006, p. 104.
[10] Germán Sierra, Intente usar otras palabras; Mondadori, Barcelona, 2009, p. 88. Desde Kant la cosificación es una operación de lenguaje, como ha visto José Luis Molinuevo: “por eso los traspasa creando el objeto mediante el lenguaje: en la experiencia considera a los fenómenos como cosas en sí y, rebasándola, como efecto de un objeto trascendental”; José Luis Molinuevo, Magnífica miseria. Dialéctica del Romanticismo; CENDEAC, Murcia, 2009, p. 31.
[11] “El orden de las palabras es uno de los más sutiles y delicados instrumentos de expresión que posee el lenguaje, hasta tal punto, que en él señalan huella profunda las más pequeñas diferencias temporales y espaciales. Y aun de un mismo tiempo y en un mismo lugar, cada ser hablante muestra predilección por ciertos tipos ordenativos, que son los que mejor cuadran a su temperamento”; Dámaso Alonso, La lengua poética de Góngora; CSIC, Madrid, 1961, p. 177.