lunes, 28 de enero de 2008

Cloverfield, Ana Merino, Lolita Bosch, Fernández Buey


Cloverfield o el manuscrito encontrado

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La técnica del manuscrito encontrado es literariamente muy rentable, y funciona bien a escritores que, como un servidor, descreen del decimonónico narrador omnisciente. El narrador omnisciente, ese personaje que lleva la carga narrativa en tercera persona, y que se mete en la sopa y en la cama de los personajes, así como en su conciencia, era un recurso un poco infantil para sostener la historia, y venía de la omnisciencia divina, por un lado, y en la creencia en un Yo sólido por otro, travestido en un Él capaz de contar una historia (o una vida, o el Mundo) por sí solo. El manuscrito encontrado enfrenta al lector directamente con los personajes y con la historia, y no hay más interlocutores que diversas formas técnicas de disolución del autor en la trama. Cloverfield, la película que vi anoche y que creo llega a España a principios de febrero, trabaja con los mismos materiales. En el trailer que pueden ver ahí arriba, y que yo vi en Córdoba antes de volver, pueden ya entender el mecanismo del asunto. No les contaré nada de la película, pero sí se la recomiendo a los interesados en procedimientos narrativos, en técnica cinematográfica, en recursos artísticos para contar una historia. Hay detalles técnicos absolutamente asombrosos, que demuestran que el cine ahora está aprendiendo a marchas forzadas de la televisión, que va por delante. Hay toda una historia referente al marketing viral de esta película que sería interesante examinar desde el punto de vista de construcción ideológica capitalista de un éxito, y que vuelve a pasar -como tantas cosas- por el uso discriminado de nuevas tecnologías. No lo duden, ya sé que insisto mucho en esto, pero es que cada día la realidad nos da nuevas pruebas: el que quiera saber lo que está pasando, el filósofo que quiera comprender nuestro tiempo, el escritor que quiera aprehenderlo, tiene que estar al tanto de lo que sucede en el entramado Internet-TV-publicidad-videojuegos-cine. Ahí se está gestando, para bien o para mal, nuestra Weltangschauung, la cosmovisión que dejaremos a nuestros hijos. Echen un ojo. Porque ellos se lo están echando a usted.

Ana Merino, Cell Mate; Harbor Mountain Press, Vermont, 2007
Lleva uno leyendo a Ana Merino desde su Adonais Preparativos para un viaje (1995) y es curiosa (y bastante singular) la evolución de esta poeta hasta sus últimos libros. Cell Mate es la traducción al inglés de su último poemario, Compañeras de celda (Visor, 2007). Después de leer ambos, quería escribir algo original, pero no puedo superar lo que ha escrito Edmundo Paz Soldán para la contraportada de la versión norteamericana: “en estos poemas están presentes todos los registros de Ana: el caprichoso unas veces, el atrapado otras. Ana escribe oscuras canciones de cuna, cuentos de hadas para mayores, y lo hace sin perder el sentido infantil de lo maravilloso”. La traducción de Elizabeth Polli es impecable y ajustada.

Lolita Bosch, Insólita ilusión, insólita certeza; Mondadori, Barcelona, 2007
Como Merino en poesía, tiene Bosch para la prosa una inquietante capacidad para desbordar edades. Este extraño y hermoso libro, de edición enriquecida por unas brillantes ilustraciones, puede interesar a personas de muy distinta condición y edad. Con una prosa hipnótica, sustentada en la frase breve y en la repetición, el libro desarrolla la corta anécdota de don Joaquín de la Cantolla, un aeronauta visionario que quiso construir un segundo Distrito Federal sobre la ciudad de México, mediante decenas de globos aerostáticos unidos. En realidad lo que se cuenta es el amor de Lolita Bosch por México y por su extraña condición mágica, que permitió a Cantolla soñar con un segundo México aéreo y a Rodrigo Fresán con otro subterráneo en Mantra (2001). Lo que toca Bosch lo convierte en magia, como el país, así que lean todo lo que salga de sus manos.

Y ya que hablamos de soñar, no estaría de más citar al menos Utopías e ilusiones naturales (El Viejo Topo, Barcelona, 2007), del pensador Francisco Fernández Buey, un elaborado e imprescindible estudio sobre el pensamiento utópico, que desde el Renacimiento y la isla Utopía de Tomás Moro ha tenido un lugar de singular importancia en el pensamiento occidental, sólidamente anclado en el imaginario de progreso indefinido de la Modernidad. Como explica el filósofo, “el concepto moderno de utopía ha nacido de la combinación de estas tres cosas: (a) La crítica moral del capitalismo incipiente (…) (b) el propósito de dar nueva forma, una forma moderna alternativa, al comunitarismo municipalista tradicional, a la reivindicación de la propiedad comunal; y (c) una vaga atracción por la forma de vida existente en el nuevo mundo recién descubierto (América, 1942)” (p. 9). Desde sus comienzos hasta la actualidad, pasando por los imprescindibles análisis de Manheim y Bloch, Fernández Buey reconstruye la La posibilidad de una isla, por decirlo con el título de la novela de Houellebecq, sin dejar de defender una utopía plausible en nuestro tiempo. Aunque pensadores como Frederic Jameson o Peter Sloterdijk hayan visto en la Posmodernidad el final de la posibilidad de utopismos al modo antiguo, Fernández Buey demuestra que desde la perspectiva del altermundismo, la antiglobalización y la preocupación por un mundo sostenible se puede seguir defendiendo hoy un modelo utópico, lo que también hacen autores como Eduardo Galeano, José Saramago o Jorge Riechmann, por ejemplo. Desde ese punto de vista defiende Buey la factibilidad de un pensamiento utópico que sólo tiene aplicabilidad, desde luego, dentro de una concepción limitada y no total, al modo renacentista, de utopía (pp. 295ss). En otro sentido, desde una postura más social y continuadora de la idea kantiana de ciudadanía, se ha defendido por José Luis Molinuevo la posibilidad de las utopías limitadas tras la expansión de las utopías digitales, en alguno de los ensayos incluidos en su sugestivo blog o bitácora personal en Internet, Pensamiento en imágenes. En suma, el ensayo de Fernández Buey es absolutamente necesario para constatar que otro mundo intelectual también es posible, incluso dentro de nuestro planeta ultracapitalista.
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miércoles, 16 de enero de 2008

The Alvy Singer Experience: Los videojuegos cultos


Bueno, esto requiere una explicación. Borges decía jactarse no de los libros que había escrito, sino de aquellos que le había sido dado leer. Creo que yo no me jactaré, de mayor, de las críticas que hice, sino de haber sido el primero que le dio espacio crítico escrito a Alvy Singer, nuestro precocísimo y asombroso crítico de la cultura audiovisual . Alvy Singer es un joven Frederic Jameson de la imagen destinado a traernos grandes cosas, capaz de saltar alegremente de la narrativa norteamericana al cine B de Russ Meyer pasando por el calidoscopio publicitaria. Pueden seguirle regularmente en su Rincón: http://elrinconalvysinger.blogspot.com/.
De forma deliberada, le pedí a Alvy que nos preparara algo que yo no puedo hacer: una crítica de videojuego. No porque no tenga tiempo para hacerla, sino porque no tengo tiempo para jugar. Quizá alguno de nuestros lectores “pre-wikipédicos”, en la genial definición de Alvy, oponga resistencia a considerar a ciertos videojuegos como alta cultura pop, según la terminología cada vez más difundida de E. Fernández Porta. En los comentarios colgaré algún interesante artículo de Jordi Costa y otros materiales, pero de todas formas pienso que buena parte de algunos prejuicios y reticencias quedarán vencidos después de pasar por The Alvy Singer Experience. Déjense llevar.



Half Life o el rostro de la entropía
Por Alvy Singer

The child, emerging from the space-filling chaos of names, comes eventually to see that an escape from verbal designation is never complete, never more than a delay in meeting one's substitute, that alphabetic shadow abstracted from its physical source.
"Knowledge," Byron Dyne said. "The state or fact of knowing. That which is known. The human sum of known things.”
Don DeLillo, Ratner's Star

El trailer de la inminente Cloverfield, producción auspiciada por JJ Abrams y que escriben y dirigen dos de sus protegées (Matt Reeves y Drew Goddard), anuncia que lo que veremos en las pantallas no es otra cosa que una serie de vídeos (caseros) que encontramos de sus supervivientes. Si el hiperrealismo lleva mucho tiempo instalado en la ficción audiovisual, el nuevo y lógico paso llevado a cabo por los muchachos de Abrams es incorporar la entropía de nuestra percepción de la realidad a la película misma. Así Cloverfield podría ser una búsqueda de YouTube que rezara: Monsters New York City Live (lo que no deja de ser una actualización estilizada del concepto auspiciado por Welles en La guerra de los mundos). Half Life ya incorporó por otras vías tanto el hiperrealismo que proporciona siempre el shooter en primera persona (que forma una especialísima forma de plano secuencia en el lenguaje del videojuego) como la entropía narrativa. El lanzamiento del juego de Valve vino precedido por una demo estupenda (Half Life Uplink) en la que jugábamos a una presunta parte de la acción que luego no tenía lugar en el juego completo. Es decir, Valve aplicó con una astucia visionaria las tácticas de promoción de muchos trailers de películas que muestran escenas que luego no tienen lugar pero con una sugerencia mayor: la experiencia de jugar a Uplink es independiente y desde luego única. Pero es es que además, Gearbox se encargó de desarrollar paralelamente Half Life: Opposing Force, Half Life: Blue Shift y Half Life: Decay, tres historias que ocurren durante la narración del primer juego y que dan a la primera entrega de la saga una dimensión espectacular. Half Life es un acontecimiento, el primer videojuego que apuesta por una forma de entropía narrativa acorde con el lenguaje y funcionamiento de su medio."


Summa Referencial

Al principio de Half Life , Gordon Freeman, su protagonista del que hablaremos más adelante, ve un libro: The Orchid Eater, de Marc Laidlaw, escritor del juego y novelista de ciencia ficción. La obra más conocida de Laidlaw, Dad's Nuke presenta más de un parecido con White Noise de Don DeLillo: una comedia nuclear en la que los suburbios se convierten un reflejo perfecto para desprender estos residuos (humanos) de la década de los ochenta. Freeman llega hasta su lugar de trabajo (en una secuencia en el que podemos mover al protagonista, pero no podemos interactuar con su entorno, que recuerda poderosamente a un plano secuencia cinematográfico, no ya por la idea del shooter en primera persona, sino por su condición de serenidad impuesta, en la que sólo podemos mirar) y no es otro que el de los Laboratorios Black Mesa, en Nuevo México, en un futuro cercano (no se especifica: en algún lugar concreto del 2000 al 2009). La intriga se mantiene: no sabemos a qué se dedica Freeman hasta que nos ponemos el traje de protección y asistimos al experimento de un compañero. El punto de partida (y la imagen, de hecho) del juego recuerda poderosamente a The Borderland, episodio de The Outer Limits en el que un grupo de científicos usa puertas magnéticas para contactar con otras dimensiones.











El hecho de que el experimento no sea, precisa- mente, con fines de investigación es una sorpresa que también recuerda poderosamente al insuperable clásico Alien, también homenajeado en una raza alienígena provenida de Xen (nombre de la dimensión paralela) de pequeños insectos que deciden instalarse en la cara de sus víctimas (otro guiño notable es que ambas empiezan con su protagonista levantándose y viéndose unido en su hábitat/lugar de trabajo, porque Freeman sale de su apartamento hacia el tren del trabajo, sin existir el mundo exterior durante el juego)


El giro final de Alien explicaba que el viaje de la nave Nostromo no había sido comercial: La Compañía les había enviado para investigar a la criatura con el fin de usarla para mejorar el potencial militar. El final de Half Life nos desvela que nuestro trabajo de supervivencia y lucha contra las criaturas más terribles de Xen no era tal, estábamos viendo como El Hombre G (otro personaje canónico, inspirado naturalmente en las leyendas urbanas de los UFO y es que la localización de los laboratorios Black Mesa es, no podía ser de otro modo, Nuevo Méjico y que hace su inquietante aparición al final de cada episodio) nos ofrece un contrato que no rechazaremos: todo se trataba de una treta para lograr mercenarios para ir frenando a estos monstruos. Una investigación financiada en el que la vida humana o alienígena era lo de menos, nosotros tendremos dos opciones: o morir o servir a la compañía que rodea al Hombre G. En cierta manera, Half Life deja caer una proposición muy parecida al clásico relato de Philip K. Dick Adjustment Team: en ella, Ed Fletcher descubre que está controlado y vigilado por una serie de guardianes un tanto sospechosos. Freeman (y el jugador) descubre que está controlado (y peor: que ha estado controlado ¿es el accidente en los laboratorios parte del proceso?) por el hombre G, un negociante calmoso. Esta idea se expande hasta límites inesperados en el prólogo y el epílogo de Half Life 2, un juego que también usa una técnica de narrativa entrópica (Episode One y Episode Two han sido sus historias paralelas) pero no tan acentuada como en el primero, y que debido a sus múltiples avances argumentales, icónicos y conceptuales respecto a la primera parte evitaremos comentar. Y a medio camino ya entre Alien y el imaginario de Howard Philips Lovecraft (aunque esto sea redundar, porque HR Giger, diseñador del primero se inspiró en la obra del segundo) situaríamos uno de los guiños más bellos del juego: el duelo final con Nihilanth, ese hijito orgulloso de Ctuluhu.


Tres antihéroes y una sola heroína

Arriba citaba la característica plástica visual de la narrativa en primera persona, pero a ello le debemos sumar algo más: la sensibilidad ciertamente pop hacia el público al que se dirige. ¿Qué clase de shoot'em'up presenta como héroe a un físico teórico, que es invencible gracias a su traje? (un recurso canónico, que nos devuelve a superhéroes como Iron Man) Sólo alguno con una sensibilidad dirigida a un tipo de público pre-wikipédico con un tipo de conocimientos y cultura pop de derribo muy concreta. En las dos expansiones interactuamos con dos personajes secundarios del primero: la segunda, Opposing Force que inspiró el mod multitudinario conocido como CounterStrike, tiene como referente a Barney Shepard, el líder de unos marines, y la tercera, absolutamente melancólica, al guardia de seguridad, Barney Calhoun. La decisión es la de acentuar, por supuesto, el caos: la tercera historia tiene apenas un cameo breve del Hombre G y un final tan insatisfactorio (o sea, amargo, contado a través de una elipsis y glorioso) que deja clara la postura: Barney Calhoun es uno de esos guardias de seguridad que ayudan a Freeman y mueren. Un testigo del apocalipsis, una forma casi elemental del sistema corrupto de Black Mesa. Half Life: Decay es el más peculiar de todos: está desarrollado por otra compañía y tiene heroínas en la tradición ripley: esta vez, la Doctora Gina Cross y su ayudante, Colette Green. El juego está basado en un modo cooperativo ausente en el primero y completa el escalón del caos basado en el personal de Black Mesa: ahora somos las doctoras que asisten al fallo de Freeman y ayudan a mantener supervivientes. Hay una incógnita todavían no desvelada: el final de Opposing Force termina con el protagonista huyendo de la explosión nuclear (cortesía del Hombre G) y Decay termina justo antes de la explosión. Así evitamos una narrativa rashomoniana para favorecer a la entropía: nada es revelado y en sus expansiones, Half Life es sólo un testimonio del caos todavía más extraño.


Mixtura Genérica

El juego debe su originalidad no sólo a su bagaje referencial ni a su propuesta expansiva mucho más interesante de lo habitual, sino también a su mixtura genérica que sabe trascender hábilmente el esquema del shoot'em'up incorporando elementos de puro arcade, con lo que la cosa no se resume en momentos tácticos, sino también en pura aventura veloz y plataformera, llena de riesgos. Pero hemos de tener en cuenta que Half Life se desarrolla íntegramente en las instalaciones Black Mesa y en Xen, y sus expansiones no se mueven de los laboratorios. ¿Cómo lograr definir un sitio tan extraño y caótico? Puede hayan esquivado el lado más demencial y gnóstico de Dick y hayan optado por su vertiente de penúltimas verdades, pero la gran conspiración nunca parece ser aclarada. Ni tan siquiera descubierta. El final de Half Life 2 acentúa estas preguntas, lo que es sólo una sensación del jugador del primero ¿qué ha ocurrido exactamente? ¿Qué es Xen? ¿Sueñan los trabajadores de los laboratorios secretos con altos rangos misteriosos vestidos de azul, a los que sólo ellos parecen ver?

domingo, 13 de enero de 2008

Ángel González

Creo que el mejor homenaje a Ángel González, que tanto me influyó en mis comienzos, es leerle. Transcribo mi poema preferido, que siempre utilizo en mis talleres literarios.


Me basta así

Si yo fuera Dios
y tuviese el secreto,
haría
un ser exacto a ti;
lo probaría
(a la manera de los panaderos
cuando prueban el pan, es decir:
con la boca),
y si ese sabor fuese
igual al tuyo, o sea
tu mismo olor, y tu manera
de sonreír,
y de guardar silencio,
y de estrechar mi mano estrictamente,
y de besarnos sin hacernos daño-
de esto sí estoy seguro: pongo
tanta atención cuando te beso;
entonces,
si yo fuese Dios,
podría repetirte y repetirte,
siempre la misma y siempre diferente,
sin cansarme jamás del juego idéntico,
sin desdeñar tampoco la que fuiste
por la que ibas a ser dentro de nada;
ya no sé si me explico, pero quiero
aclarar que si yo fuese
Dios, haría
lo posible por ser Ángel González
para quererte tal como te quiero,
para aguardar con calma
a que te crees tú misma cada día,
a que sorprendas todas las mañanas
la luz recién nacida con tu propia
luz, y corras
la cortina impalpable que separa
el sueño de la vida,
resucitándome con tu palabra,
Lázaro alegre,
yo,
mojado todavía
de sombras y pereza,
sorprendido y absorto
en la contemplación de todo aquello
que, en unión de mí mismo,
recuperas y salvas, mueves, dejas
abandonado cuando -luego- callas…

Escucho tu silencio.
Oigo
constelaciones: existes.

Creo en ti.
Eres.
Me basta.

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viernes, 11 de enero de 2008

Crítica literaria del nuevo himno nacional

Según filtraciones publicadas hoy por la prensa digital, este será la nueva letra del himno nacional español:



¡Viva España!
Cantemos todos juntos
con distinta voz
y un solo corazón

Ama a la Patria
pues sabe abrazar,
bajo su cielo azul,
pueblos en libertad

¡Viva España!
desde los verdes valles
al inmenso mar,
un himno de hermandad

Gloria a los hijos
que a la Historia dan
justicia y grandeza
democracia y paz.

Todo lo que sigue se escribe con el mayor respeto hacia el autor del texto, que no es un poeta profesional y que se ha visto envuelto -voluntariamente, eso sí- en este berenjenal. Mi objetivo es reflexionar en alta sobre el, a mi juicio, muy importante y significativo hecho de que el texto finalmente elegido haya sido ése, y no otro.

El texto (no podemos llamarlo poema, quizá sea mejor llamarlo letra para cantar) se construye con versos de arte menor, cuya secuencia, 4/7/6/7/4/6/7/7/4/7/6/7/5/6/6/6, ya nos advierte de su irregularidad. Las rimas asonantes aparecen donde quieren, alternándose en las estrofas pares (como un romance en cuartetas) y acumulándose en las impares en los dos versos (por decir algo) finales. El modelo será apropiado, supongo, desde el punto de vista musicológico (no soy musicólogo para enjuiciar), ya que el presidente del jurado es un especialista en la materia, pero poéticamente es un desatino. Versos imposibles como “pueblos en libertad”, sobre cuya semántica también podríamos hablar largo y tendido, o “democracia y paz”, que parece un lema de partido político, no sólo son cacofónicos y antilíricos sino que, por su aspecto normalizado, bienpensante y sometido a las más rígidas normas de lo políticamente correcto, podrían identificar lo mismo a los habitantes de Alpedrete que a los de Barcaldine (Australia). De acuerdo que no haría falta tener un himno nacional agresivo, con versos como el Deustchland über alles germano; tampoco himnos chauvinistas o grandilocuentes como el francés o el italiano. El modelo hímnico del XIX da un poco de grima, sí, ¿pero acaso este modelo ramplón y de bajo vuelo no la da? ¿Acaso no hubiera sido más propio de nuestra condición nacional, de nuestra idiosincrasia cultural, un himno surrealista, preñado de imágenes de corte irracional? Algo así:

¿Dónde, España,
los hígados metálicos
del mar añil,
los campos de ebriedad?

Yo me sentiría, nacionalmente, mucho más identificado con eso. O con una letra escrita por alguno de los escasos poetas hímnicos que tenemos, como José Luis Rey, que ya compuso Un evangelio español (1997) y que hubiera hecho una letra excepcional. Pero sigamos con el análisis del texto propuesto, porque delata un modelo estético nacional, que queda reconocido y sancionado con su elección. Creo que la almendra del texto, su contradicción esencial entre lo que se propone (un himno, algo un poco pomposo que quede bien en ciertas ocasiones públicas, políticas y deportivas) y el resultado, algo perfectamente vacuo y normalizado, queda claro en esta estrofa, tan desgraciada desde el punto de vista literario:

Gloria a los hijos
que a la Historia dan
justicia y grandeza
democracia y paz.

No se puede comenzar (son normas de construcción poética básica) una estrofa con algo tan heroico y grandilocuente como “Gloria a los hijos” para terminar con un lugar común tan a pie de calle y desustanciado por los políticos como “democracia y paz”. Late ahí una contradicción entre las esperanzas y los resultados (algo muy español, no lo niego); la estrofa en particular y la letra en general hubieran sido fantásticas si se hubieran propuesto como una antiletra, como una reflexión irónica y autorreferencial sobre los himnos nacionales. Eso hubiera supuesto un muy español ejercicio de parodia y sentido del humor, que sí entroncaría con la que yo entiendo mejor parte del espíritu patrio: Cervantes, Quevedo, Valle, Larra, Bergamín, Aub. Esa socarronería capaz de bajarnos del pedestal en lo sociológico para elevarnos, artísticamente, hasta lugares donde pocos países son capaces. Reconozcamos que lo artístico (de Velázquez a Picasso, de Cervantes a Góngora o Lorca, de Gaudí a Falla) ha sido históricamente lo más sobresaliente de nuestro país, que lleva siglos sin destacar en historia, economía o ciencia, salvo contadas e individuales excepciones. Entonces, ¿por qué eliminar a lo artístico de la letra del himno nacional que, supuestamente, debe reflejar lo mejor de la nación? ¿Por qué no se ha encargado a un artista la redacción del texto? ¿Por qué se ha encargado la elección de la letra a un jurado formado (agárrense) “por el Comité Olímpico Español y la SGAE”, según información de Eurosport? Ahora, ya no me parece tan mala la letra propuesta por Leonardo Dantés: http://videos.abc.es/informaciondecontenido.php?con=2743.

Me parece tan dañina la cuestión porque el himno es nuestra imagen externa, hasta cierto punto; y desde ahora parte de la imagen internacional de España será un texto que representa la estética española triunfante después de la transición: un realismo de bajos vuelos, ingenuo, pobre, ramplón, sin elevación espiritual ni literaria, sin ambición, sin voluntad de insertarse en el imaginario colectivo sino sólo en el tiempo de ocio de la colectividad. Un “Himno de la Normalidad”, con todas las letras, que refleja todo lo peor de la cultura española y la aleja, ya simbólica y definitivamente, de lo que nos había hecho famosos en el mundo en tiempos mejores: la potencia renovadora del lenguaje artístico (de Góngora a Lorca pasando por Juan Ramón) o el genial realismo vigorizante, crítico y nada ingenuo de Cervantes, Goya o Velázquez, capaces de dar incluso el paso a lo fantástico (la cueva de Montesinos, las pinturas negras) o lo metartístico (Meninas, segundo capítulo de la II parte del Quijote). En cambio, el modelo estético elegido entroniza la cultura de bajo nivel, el realismo chato y trasnochado, el estilo decimonónico, la tendencia inane de lo políticamente correcto, lo escrito para que todo el mundo pueda entenderlo sin detenerse a pensar, el abandono del doble sentido, la ambición o la ironía, para configurarse de lleno como un esquema normalizado que triunfa en España desde hace treinta años y que quizá, ahora que lo pienso, sí representa a nuestro país, al menos al esquema cultural dominante actualmente implantado en nuestro país, a comienzos del siglo XXI.

Sí, puede que tengamos el himno que estéticamente nos merecemos.

Yo creo que estaba mejor el na-na-na-na / na-na-na-na na-na-na / na-na-na-na-ná / na-na-na-na-na-ná que cantábamos antes en las citadas ocasiones. Era igual de monótono, pero la letra era mejor y no excluía ni molestaba a nadie.
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domingo, 6 de enero de 2008

Tres novedades

1. Uno de los acontecimientos del año pasado, aunque el libro lleva poco tiempo en librerías, es Los cuadernos de Blas Coll (Pre-Textos, 2007), del poeta y ensayista venezolano Eugenio Montejo, una de las mentes más lúcidas de Hispanoamérica, lo cual no es poco decir. Yo conocí a Blas Coll en una lectura de Montejo en el Escorial, creo que en el año 2005, dentro de un curso de verano sobre Las ínsulas extrañas organizado por Sánchez Robayna. Allí me quedé deslumbrado por este heterónimo montejiano, que es un fascinante y divertido pensador sobre el lenguaje, alguien dedicado a reflexionar sobre la construcción del castellano como “lengua de penitencia”, por su resistencia áspera y su sonar desabrido al ser pronunciado en voz alta. Es notable el agudo sentido del humor de estos fragmentos, según los cuales suponemos que Coll era canario “por un fragmento en que identifica su esfuerzo con la reimplantación de la lengua de la Atlántida” (p. 31), o que “una persona zurda tiende espontáneamente a decir ‘yo’ donde los derechos dicen ‘tú’”, o que “no se debe nunca llorar en público, salvo que así este indicado en el libreto” (p. 117). Pero las ocurrencias de los heterónimos inventados por Montejo no deben distraernos de la profunda verdad de fondo que en ocasiones ocultan sus reflexiones. A la heteronimia colliana se añaden al final unos fragmentos apócrifos sobre la obra de Lino Cervantes, antecedidos de los sonetos clasicistas de Tomás Linden y los poemas neovanguardistas del propio Lino Cervantes, parecidos pero diferentes a los demás del poeta venezolano. Una fiesta de la heteronimina, de la heteroglosia y de la más sana heterodoxia.

2. Platón siempre está de moda, aunque nos gustaría que fuera Heráclito quien prevaleciera; algún día lo veremos, espero. Sobre el filósofo griego apareció el año año la última entrega del siempre interesante filósofo Juan Nuño, El pensamiento de Platón (FCE, 2007),y sobre Platón se ha pronunciado también uno de los más importantes filósofos actuales, Felipe Martínez Marzoa, en su ensayo Muestras de Platón (Abada, 2007). El libro está dividido en varios capítulos, titulados con nombres de algunos diálogos platónicos, sin que eso quiera decir que son análisis concretos de cada uno de ellos; el objetivo de Martínez Marzoa es más bien el de establecer lecturas parciales de la forma dialógica de Platón, escritas a partir -pero no exclusivamente-, de los diálogos que rubrican cada apartado. Martínez Marzoa nos está regalando en sus últimos libros un tratado de la forma griega del pensar; a modo de un estudio de géneros literarios, está abordando la comedia, la tragedia y el diálogo griegos y el modo en que el pensamiento de los distintos autores, de Heráclito a Platón pasando por Aristófanes, se integra indisolublemente con la forma elegida, construyéndola a la vez que la utiliza. Heráclito crea el fragmento, como Platón el diálogo, por más que hubiera acercamientos anteriores a los géneros elegidos; la reinvención formal alcanza tales cotas que –como en el caso de Cervantes y la novela– los modelos anteriores parecen simples fetos inacabados de lo que estaba por llegar. Pero ello, y ahí se advierte el talento y el rigor del autor, desde la dificultad de una doble limitación: por un lado, que cuando un filósofo griego habla, la esencia de su decir es el decir (p. 9); por otro, que nuestra posición de modernos puede arruinar el entendimiento de lo leído al confrontar la materia tratada respecto a la idea de forma, ya que “ni las palabras que convencionalmente se traducen por ‘forma’ (morphé, eidos) significan lo que en tal contexto significa nuestra palabra ‘forma’, ni hay en griego una materia en el sentido imprescindible para que ese cliché pueda emplearse, ni ese modelo (…) funciona para cuestión alguna en texto griego alguno dentro de la etapa dicha, ni puede nadie decir cómo se diría eso en griego anterior al Helenismo” (p. 74). ¿Cómo, entonces, afrontar la lección platónica desde la forma dialogada, y en cuanto tal? Pues del marzoano modo, entrando en la disección etimológica y sintáctica de los textos, reconstruyendo su esencia interior y, desde ella, elevarla a la plausible conformación discursiva del pensamiento platónico, que tenía aquella sintaxis como cabal origen. Dicho en otras palabras: utilizando para el análisis el mismo instrumento con el que Platón las escribió, la relación inseparable entre lo dicho y la estructura, la conformación sintáctica del decir. Es un procedimiento que Marzoa utiliza desde sus fabulosas lecciones de los volúmenes de su Historia de la Filosofía, con los que muchos hemos aprendido lo poco que sabemos de pensamiento griego, y que en el presente ensayo sigue mostrando sus virtudes analíticas y pedagógicas. Así se logra una imagen de la forma dialogada de Platón sin los vicios y las interpolaciones que pueda provocar el platonismo posterior que, seguramente, aún no ha terminado. Se entiende que el término “Estado” no es una llegada, sino un punto de partida (p. 93) en la República y se comprende que la matemática en Grecia ni siquiera es un término real, ni comparable al que hoy todos entendemos, en realidad, es una “cuestión de la possibilitas de que algo en general haga frente; la matemática será entonces lo que de antemano constituya el lenguaje en el que ese hacer frente haya de poder ser formulado” (p. 123). En todos los sentidos, Muestras de Platón es un auténtico, pertinente y necesario regreso al origen de nuestro pensamiento, de nuestra cultural occidental y de nuestro modo de expresarnos.

3. Me ha supuesto un tremendo pesar, hasta el punto de reconsiderar mi antigua admiración por el autor, la publicación de los Tanteos crepusculares (Pre-Textos, 2007), de Cristóbal Serra. Este texto híbrido, a medio camino entre el apunte memorialista y el ensayo a vuelapluma, se configura en realidad como un desmayado catálogo de ajustes de cuentas de Serra con los críticos que desmerecieron sus libros, de invectivas contra los periodistas que iban a entrevistarle sin quedar hipnotizados por su ubérrima personalidad, y de varapalos a los editores que no entendían la altísima importancia de sus obras y no procuraban su candidatura para el Premio Nobel de Literatura o de la Paz, o ambos al mismo tiempo. En realidad, cuando dice que de los Diarios de Léon Bloy surge la imagen de una persona desabrida, podría estar haciendo su autorretrato, algo innecesario porque Serra es mucho más interesante y humano cuando habla de los demás (salvo de los críticos) que cuando se refiere, con soberbia harto insoportable, a sí mismo. También le reprocha a Bloy sus juicios contundentes, reprobación que a lo mejor debían haber merecido un par de párrafos propios, como el que despacha en la p. 49: “la maternidad del latín sobre el castellano constituye todo un fraude. La verdad no es otra sino que el castellano constituye una lengua autóctona de la Península ibérica, emparentada con las lenguas vasca y griega”. A partir de la página 84, Serra nos deja sin habla cuando se demora contándonos sus experiencias como médium, transcribiendo parte de sus conversaciones de ultratumba con Papini, Borges, Larrea o Quevedo. En otra conversación, esta vez con José Antonio Primo de Rivera, lamenta Serra que el conocido falangista no respondiera a sus preguntas sobre el futuro de España, justificando el silencio de Primo por no asistirle “la visión nostradámica” (p. 89). Advierto al posible lector que no hay asomo de ironía o humor en esta parte del libro de Serra. Ni en ninguna otra, quizá sea ese el problema; nada más lastimoso que quien se toma demasiado en serio a sí mismo.

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Nuevas tecnologías narrativas


He coordinado para Quimera un dossier titulado Nuevas tecnologías narrativas, con el siguiente contenido:
-Laura Borràs, Lit[art]ure: la literatura en tiempos de Internet.
-Alberto Santamaría: Zona de ansiedad. Algo sobre arqueología ciberpunk.
-Marco Kunz: Ni hamburguesa ni magdalena.
-Un relato impagable de Jeremy Robert Johnson, "La liga de los ceros".
-Y una antología de textos de poetas y narradores españoles de Eloy Fernández Porta que tienen en común el tema de las nuevas tecnologías.
Espero que os guste.
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