Mónica
Ojeda, Chamanes eléctricos en la fiesta del sol. Random House, 2024.
La razón
volcánica
Esta novela surge del
encuentro entre dos voces o cantos, “un canto natural y otro sobrenatural” (p. 251),
como dice el padre de Noa –la misma Noa que, cuando canta, lo hace también de
forma dífona o diplofónica, con dos voces simultáneas–, generando una textualidad
que se enrama o entrevera entre ambos registros. Acompasadas con esa
duplicidad, dos capas argumentales en la novela suenan a la vez: la primera y
más reconocible narra el abandono de Noa y Nicole de su espacio de violencia
cotidiana en Guayaquil para participar en una fiesta ritual celebrada en los
volcanes ecuatorianos. Allí sufren vivencias que cambian a Noa y la mueven a
querer reencontrarse con su padre, quien la abandonó siendo niña. Mezclada con
esta línea narrativa hallamos la otra capa argumental, en la que varios
personajes, cada uno de ellos dotado de su propia voz en primera persona, desgranan
la historia central y sus aledaños al tiempo que cuentan la suya propia, con un
punto en común: la potencia telúrica de las montañas y la naturaleza, cuyas voces
ancestrales van entrando en su interior y apoderándose de su mente, ya sea a
través de la música y el baile, ya sea mediante la tradición oral y las drogas,
o la combinación explosiva de todas esas fuerzas.
Los mitos andinos,
mesoamericanos e indígenas, los cantos rituales, la poesía (tanto la popular
como la culta, encarnada en las apariciones de Adoum, Cardenal o Eielson), trazan
un espacio imaginario que colisiona con el real de una forma tan brusca que
todos los protagonistas se ven obligados a elegir entre la razón lógica (como
Nicole) y la razón volcánica, como hacen Noa o el personaje de El Poeta. Ojeda
muestra así una nueva división entre civilización y barbarie donde ambos
términos quedan invertidos: la ciudad es bárbara y la naturaleza es sabia,
civilizada y salvífica, lo que no significa que esté libre de violencia, como
prueban los terremotos y las erupciones descritos en la novela. Se infiere de la
lectura que la violencia natural no es artificial y gratuita como la humana, no
es evitable como la que nosotros generamos, y los cataclismos sísmicos y las inundaciones
son fenómenos telúricos involuntarios y naturales, y forman parte del mismo
hecho de existir.
La primera parte de la
novela, carnavalesca en el sentido bajtiniano, se hace quizá un poco larga,
pero sus reiteraciones y ritornelos también nos sirven para ir aceptando el
eterno retorno de los ciclos naturales y de los procesos geológicos, míticos y
psicológicos, proporcionando un clima excesivo, selvático textual y
argumentalmente, que nos prepara para la catarsis que vendrá después.
Chamanes
eléctricos en la fiesta del sol tiene numerosos aspectos destacables, como
la tensión entre las violencias sociales y las prisiones psicológicas
individuales; el diálogo entre tradición y contemporaneidad; el hallazgo del
personaje de la madre taxidermista, con sus creaciones en la órbita de La isla
del doctor Moreau; la solidez de los caracteres principales; la prosa magnética
y poetizada, enriquecida con los sociolectos americanos; la creación de un modo
de decir paralelo, puntualmente inverso, en la escritura del padre de Noa, o el
acierto de la voz colectiva de las Cantoras –que tiene antecedentes, sí, pero
pocos parangones–, que nos permite escuchar la entonación del mito, encarnado
también en la doble voz mediúmnica de Noa.
Una belleza.
Inma Aljaro, Tedio y narración. Sobre la estética
del aburrimiento en la narrativa: de James Joyce a David Foster Wallace.
Madrid: Cátedra, 2024.
El tedio interesante
Podría decirse que vivimos una
época de indecisión, de demora, un tiempo aburrido.
Boris Groys
En 1967 Marshall McLuhan dio una entrevista para la televisión
en la que aparecía tumbado en un diván de psicoanalista. En ella confesaba que
había desarrollado una costumbre para leer los buenos libros. Mientras que los
malos los leía palabra por palabra, de los libros excelentes solo leía las
páginas pares, dejando sin leer las impares, que rellenaba mentalmente de su
propia cosecha. El motivo, decía, era que encontraba “an enormous redundancy”
en los buenos libros.
Aljaro entiende que la redundancia, ya sea involuntaria o
deliberada, es una de las características que más comúnmente suelen asociarse
al aburrimiento como sensación de lectura. Pero habría que realizar de
inmediato varias precisiones: si el aburrimiento resulta ser lo mismo para
todos, si “lo interesante” lo es para cualquier persona, si hay un mínimo común
denominador de la banalidad, si el tedio es objetivo o subjetivo, etc. Porque
en estas cuestiones llega rápidamente a ese momento, peligroso para una
conversación productiva, en que a lo mejor no estamos hablando de los mismos
fenómenos, o no con la misma intención o intensidad.
Para Aljaro, la reacción que a principios del siglo XX se
produce contra las narrativas realistas decimonónicas cobra varias (e incluso
opuestas) tendencias, desde la bohemia escapista del modernismo latinoamericano
y español hasta las rupturas de las vanguardias históricas, pasando por el
importante movimiento del modernism anglosajón, que nada tiene que ver
con su casi homónimo hispano. Sobre todo para los experimentalistas
anglosajones (James Joyce, Virginia Woolf, T. S. Eliot, Gertrude Stein), y para
Marcel Proust, el combate contra el realismo convencional se produjo a través
de una complejidad en lo formal que en ocasiones traía aparejada una visión de
la vida cotidiana en términos de registro casi exhaustivo, que parodiaba o
extremaba la ambientación realista. Mientras que la novela de Balzac, Emilia
Pardo Bazán o Galdós se fijaba en elementos concretos para cargarlos de
significado, la nueva novela reelaboraba elementos muy banales, contrarrestando
esa saturación de cotidianidad con una recarga estilística, léxica o estructural.
El resultado era una estética por completo opuesta a la dominante, y que
encontraba, y en algunos casos sigue encontrando, resistencia por parte de los
lectores. Así sucede en España, donde pese a los notables esfuerzos de Luis
Martín Santos, Juan Benet, Juan Goytisolo o Julián Ríos, el dominio de la
narración realista sigue haciendo complicado que el grueso de los lectores
acepte otro tipo de literaturas más ambiciosas y arriesgadas (algo que explica
muy bien Adolfo Rodríguez Posada en otro excelente libro del que hablaremos
pronto, Post-literatura (Trea, 2023).
Y lo cierto es que el aburrimiento deliberado, el “meta-aburrimiento”
que desglosa Inma Aljaro, tiene algunas ventajas. Por ejemplo, la utilización
del detalle obsesivo hace que eliminemos el pensamiento de “incógnito”, nombre bajo
el que el neurocientífico David Eagelman denomina todos aquellos procesos no
conscientes que invisibilizan los comportamientos más habituales. Esto que normalmente
no vemos es lo que suele ver hasta el detalle más obsesivo la narrativa
de “aburrimiento táctico” (p. 235), precisamente con la intención de que
recuperemos la vigilancia sobre aquello que habíamos mecanizado, en una suerte
de desfamiliarización. Este estar atento de otro modo, este marco
distinto de atención, que ya apuntó Sontag, citada por Aljaro en un par de
ocasiones de Tedio y narración, es clave para obtener cierto tipo de
percepción abierta, que nos convierte en una cámara de resonancia de lo real.
Walter Benjamin lo explicó muy bien en su ensayo “El narrador”: “Así
como el sueño es el punto álgido de la relajación corporal, el aburrimiento lo
es de la relajación espiritual. El aburrimiento es el pájaro de sueño que
incuba el huevo de la experiencia. Basta el susurro de las hojas del bosque
para ahuyentarlo. Sus nidos -las actividades íntimamente ligadas al
aburrimiento- se han extinguido en las ciudades y descompuesto también en el
campo. Con ello se pierde el don de estar a la escucha, y desaparece la
comunidad de los que tienen el oído atento […]” (W. Benjamin, “El narrador”, Para una crítica de la violencia y otros
ensayos. Iluminaciones IV. Madrid, Taurus, 1998, p. 118.)
El aburrimiento como forma de
incrementar la atención sobre un fenómeno es uno de los
supuestos de dimensiones positivas del tedio, en cuanto se producen óptimos
resultados literarios. Pero en otras ocasiones ese valor es más discutible.
Pensemos por ejemplo en Franz Kafka y su novela El castillo, donde acabamos
exhaustos a causa de la desesperante exposición de todas las posibilidades y
consecuencias imaginables de cada acción por realizar. Esto lleva al agrimensor
K. a la parálisis, pues prefiere no actuar a equivocarse, o le hace arrepentirse
de inmediato de su movimiento e intentar deshacerlo. En el primer caso,
hablaríamos de un preaburrimiento o protoaburrimiento, previo a las
posibilidades. Y luego estaría el postaburrimiento o tedio de las
consecuencias, donde el resultado materializado por el, diríamos, colapso de la
función de onda narrativa, es detallado de manera tan agotadora como Kafka
había descrito la situación previa al acontecimiento.
Hipólito Ledesma, en un
irónico artículo publicado en Jot Down y titulado “Épicas de la
elitización: Ulises vs Dune en la arena del aburrimiento
literario”, escribe: “Al final, tanto Dune
como Ulises son testimonios de la
habilidad humana para encontrar orgullo en la conquista de lo incomprensible,
para revolcarse en el barro de la pretensión y emerger, no más sabios, sino
definitivamente más aburridos. Y ahí yace su verdadera belleza: no en las historias
que cuentan, sino en las que sus lectores cuentan sobre ellos. Así que, ya sea
con una copa de vino en mano mientras se lamenta por la perdida simplicidad de
la narrativa, o con una camiseta de Dune
proclamando tu lealtad a los fremen, recuerda: en el reino del esnobismo
literario, el aburrimiento no es un defecto, sino un distintivo de honor.”. La ironía deja traslucir que hace falta
cierto entrenamiento lector para disfrutar, como no pocas personas hacemos, de
estos libros, pero no por esnobismo o búsqueda de distinción, sino porque
realmente nos parecen fascinantes estos procedimientos de dilatación o exageración,
casi surrealista por hiperdetallada, de lo real.
Uno de los puntos más fuertes
del ensayo de Aljaro es la extensa bibliografía; a su exhaustivo recuento de
libros se podían haber añadido Oceanografía del tedio de Eugenio d’Ors y
De acedía de Antonio Martínez Sarrión, por no hablar de Juan Benet (todos
esos movimientos bélicos ficticios y estrategias interminables de Herrumbrosas
lanzas…) o de cierto Javier Marías, con sus meticulosas tramas oxonienses.
La idea que resulta de Tedio
y narración es que la buena narrativa genera un aparente oxímoron, el
“aburrimiento interesante”: ¿qué dice este texto sobre mi paciencia, sobre mi
forma de recibir un discurso, un poema o una historia? Y creo que aquí es donde
el ensayo de Aljaro alcanza sus mejores cotas, cuando va recorriendo la obra de
muy distintos autores (desde Joyce a Juan José Saer y
desde Virginia Woolf a David Foster Wallace, pasando por Beckett, Buzzati y
Bolaño), exponiendo el modo en que la estética o gramática del
aburrimiento va encontrando distintas metamorfosis, adecuadas a la sensibilidad
y la poética concreta de cada persona, o incluso de cada obra, porque la
verdadera complejidad literaria no suele parecerse a ninguna otra, a menos que
haya homenaje o versión por medio. A todas esas complejidades se suma ahora la
del excelente ensayo de Inma Aljaro, un libro de interés inversamente
proporcional a su título. 21/03/2024